Opinión

La estrafalaria duquesa

Pues, dilecta leyente, no soy como el seboso, y dicen que aficionado al drinking, sir Winston Churchill, que al parecer dijo “Nunca me alegré de la muerte de nadie, aunque al ver alguna esquela no he podido evitar sonreírme”. Más bien soy de aquellos a quien la muerte de cualquier ser humano le disminuye. ¿Pero qué quiere? No puedo sentir el mismo dolor por una duquesa, símbolo del “dolce far niente” (refinada holgazanería) que por un misionero fallecido por atender a los enfermos del ébola. No me pida tanto.
Los medios de comunicación españoles se vienen deshaciendo en elogios hacia una aristócrata, catorce veces Grande de España, que presumía de haber hecho siempre lo que le vino en gana. Lo cierto es que no hubo sarao en que no participara.  En cambio la prensa extranjera resulta más objetiva cuando, para oprobio de la nobleza europea, se refiere a ella como “La estrafalaria duquesa”. Y es que, entre una alcanforada y una verbenera aristócrata, existe un término medio.
Por ello, los que poseemos “escudo de armas” no siempre hemos visto con buenos ojos sus devaneos con la farándula y su indiscreción, todo ello impropio de quien lleva sobre sus espaldas tantos títulos nobiliarios y presume de que incluso la reina de Inglaterra tenía que cederle el paso. A mí esto siempre me recordó una norma de preferencia de tráfico en relación con los semovientes, que no considero exponer ni aquí ni ahora. 
Si realmente quería ser una más, pues que abandonase sus palacios, sus fincas, acciones y cuentas corrientes y cediese sus títulos a quien estuviera dispuesto a llevarlos con decoro, pero no. Es mejor vivir en el lujo y la opulencia y de vez en cuando vestirse de “casual”, darse un baño de multitudes y repartir migajas entre los descamisados. Estos gestos puntuales de magnificencia con la plebe me recuerdan a cierto alcalde de pueblo (aunque este era en sentido gorrón) que cada noche, sin que nadie lo invitase, aparecía en la casa de un vecino a cenar, “honrándolo” con su presencia.
Al ver tanta parafernalia por la duquesa, se me abren las carnes pensando en la que se va a armar cuando la que palme (por mí que sea más tarde que pronto) sea la “princesa del pueblo”. Sí claro, La Esteban.
En fin, lo cierto es que estamos asistiendo, eso sí, impasible el ademán, a la desaparición de nuestros símbolos patrios: La Jurado, Manolo Escobar, Sarita Montiel, y ahora nos enjaulan a la Pantoja. Sólo nos queda Falete… 
En cualquier caso, no cabe duda que Cayetana Fitz- James Stuart supo entender el jacarandoso gusto de sus paisanos, ganándose el peculiar fervor popular andaluz. Y es que, “Sevilla tiene un color especial…”.

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