Opinión

Errores de comportamiento paterno

Pues, dilecta leyente, es lógico y razonable que los padres se encuentren desconcertados, comenzando por confundir entre criar, cuidar y educar. El cuidado de nuestros retoños, dado el cambio social sufrido, lo descargamos sobre las empleadas del hogar, que no suelen ser precisamente unas Castelar y bastante tienen con cumplir con las faenas de la casa, por lo que sólo las familias pudientes contratan a las “baby sister”. Por otra parte, también a los pollos se los cría, pero a los hijos, además, se les educa, y también sobre esto abdicamos de nuestro deber a favor de la escuela, a donde no dudamos en enviar a los niños revoltosos, como quien manda un perro asilvestrado para que nos lo devuelvan debidamente “adiestrado”. 
Normalmente asistimos a tres tipos diferentes y diferenciados de comportamiento:
Comportamiento aséptico: Consideramos que con criarlos, cuidarlos y enviarlos a la escuela, hemos cumplido con nuestro deber. La justificación es que no tenemos tiempo para hablar y jugar con ellos, por lo que terminan convirtiéndose en una especie de autistas, sustituyendo el diálogo y la conversación por la PlayStation. Como consecuencia, perdemos el control sobre su educación, para luego sorprendernos de su comportamiento despegado o irresponsable, como lo fuimos con ellos cuando eran niños. Pero los niños también deben aprender, en el seno familiar, el valor del amor, de la honradez y las consecuencias de sus actos, y no solo el lavado de los dientes o el saludo, es decir las normas convencionales de cortesía, que solo constituyen un barniz de la buena educación.
Otro elemento de distorsión es la “puja afectiva”, que da lugar a la aparición tanto del “síndrome del emperador”, como el del “pánico al compromiso”.
Comportamiento injusto y desproporcionado: Sobre la pena (discúlpeme, dilecta leyente,  mi deformación profesional, pero creo que es perfectamente aplicable al caso), se dice que debe ser cierta, proporcional y lo más próxima al hecho.
Es decir, la educación implica corrección, pero la sanción reeducadora debe ser creíble. Amagar con castigar sin que luego se lleve a efecto obliga, en la función preventiva, a aumentar la amenaza del castigo para que surta efecto, y eso nos lleva a incurrir en la desproporcionalidad que convierte la sanción en injusta. Además, aquélla, para que sea efectiva, debe aplicarse en el momento de la comisión de la “falcatruada”, (“una justicia lenta, no es justicia”), pues en caso contrario el chaval no relaciona el castigo con el hecho y no tiene efecto corrector.
Otro  error, es proyectar sobre el menor nuestras frustraciones. Si por motivo del trabajo, el tráfico o el enfado con alguien, estamos de mal humor, no la podemos pagar con la parte más débil, que es el niño, actuando con una violencia inusitada ante la menor contrariedad que nos cause. Pues eso es lo contrario de la justicia. Aparte de las posibles responsabilidades penales.
En cuanto a la proporcionalidad de la medida, se debe tener en cuenta no solo la gravedad, sino también la intencionalidad y la reincidencia. Si el chavea ha roto el jarrón chino, pero ha sido sin querer por culpa leve o caso fortuito, esto es lo que hay que valorar y no solo el valor del objeto roto. Un adagio anónimo dice: “Economizad las lágrimas de vuestros hijos, para que puedan regar con ellas vuestra tumba”.
Comportamiento abusivo: El vivir en un ambiente de maltrato familiar, evidentemente, es perjudicial, más si lleva a cabo en presencia del menor, y peor si la víctima es también éste. Lo que le lleva, bien a ser retraído, incapaz de interiorizar los valores sociales, convirtiéndose en un marginal, cayendo en la droga o la mangancia. O adoptando una actitud vengativa contra la sociedad, en sustitución de sus mayores, por no haberle protegido, sobre la que proyecta su ira, comenzando por ser el matón del barrio o escuela, para terminar, siendo ya adulto un peligroso delincuente, al mismo tiempo que repite su propio esquema “educativo” sobre su prole, en una espiral de violencia.
Permítame que, por todo ello, y abducido por un sentimiento de impotencia,  me cisque en el “bosón de Higgs y los fermiones”.

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