Opinión

Despachos de abogados: Escenarios del crimen

Pues, dilecta leyente, la supongo informada de ese confuso “sucedido” del que se han hecho eco todos los medios de comunicación, referente a la carnicería llevada a cabo en un despacho de abogados madrileño.
Por la conversación telefónica obtenida, se infiere que el autor o autores, parece haber coincidencia en que fue uno solo, buscaban al abogado director de la asesoría, ausente por su suerte en aquellos momentos, y entonces se ensañaran con los empleados, incluso con un cliente, que seguramente confundieron con otro trabajador de la empresa.
A mí el hecho me recuerda el cuádruple crimen del célebre Jarabo, de la época franquista, del que el acusador particular, lleno de fervor patriótico afirmó que no podía ser español, (y al saber que era madrileño, replicó: “Sí. Pero de formación extranjerizante”), a cuya atrocidad los medios de comunicación nacionales y extranjeros tañaron como “Los crímenes de un caballero español”. Pues el motivo principal era recuperar unas joyas que había empeñado, de su última amante, y que ésta, casada, le reclamaba, pues su marido comenzaba a mosquearse, (como alguien dijo, poéticamente: “poniendo el mismo ímpetu que impulsó a D’Artagnan a recuperar los aretes de la reina”); pero las cosas se le fueron complicando, y terminó dándole matarile no solo al usurero y familia, sino también a la empleada de hogar. A tres los mató a tiros y a la criada con el mismo cuchillo con que ésta estaba cocinando.
Las armas empleadas en el hecho que nos ocupa parecen denotar que el asesino iba preparado pues, según la información periodística, llevaba un bate o una barra de hierro con el que golpearía en la cabeza a una de las víctimas, un cuchillo con el que degollaría a otra, un hacha que le clavaría a la tercera, una lata de gasolina y una sustancia acelerante. ¡Vamos, como para no llamar la atención!
La brutalidad contra quienes no le habían hecho nada, al menos directamente, indican una mente enferma. Los profesionales determinarán si es un psicópata, esquizofrénico o algo parecido. Claro que la responsabilidad penal no es la misma en un caso que en otro. El hecho de querer quemar los cadáveres, seguramente con la idea de alcanzar los archivos, hace sospechar que buscaba algún documento comprometedor y al no encontrarlo perdió los estribos. El que el “alivio”, hubiera llevado en su país temas relacionados con el narcotráfico no parece que tenga nada que ver, pues las represalias en estos casos son con métodos distintos. 
La personalidad del criminal a través del método empleado para los asesinatos, añade más extrañeza al caso. El degollamiento es propio de musulmanes, utilizado hoy con profusión por los yihadistas, lo que parecería llevar la investigación por unos derroteros seguramente equivocados, pero no tanto respecto al origen norteafricano del autor. El apaleamiento en la cabeza hasta la muerte de otra de las víctimas, implica una virulencia y un enfurecimiento de un individuo descontrolado, y el tercero de un hachazo en el cráneo, confirma que empleó tres sistemas distintos de matar, pero de enorme brutalidad sobre personas que, como se ha dicho, no le habían hecho nada, salvo que fuese un aviso macabro para el destinatario; que desde luego está lejos de la obra de un sicario o cualquier otro profesional del crimen. 
El hecho de querer quemar los cadáveres descarta la participación de la mafia, que sí quiere que se conozca la identidad de los “ejecutados”. Vamos, a mi juicio estamos ante un cliente insatisfecho, chapucero, con menos de una neurona y mas “tocado” que las maracas de Machín, como se decía antes, y que, desde luego, de ser español, distaría mucho de ser un caballero. 
A la vista de que los despachos de abogados se están convirtiendo en escenarios del crimen, uno hasta pensaría en justificar que los “boguis” tengan un arma de fuego en la mesa, como es el caso del que se acusa al mediático abogado, hoy suspendido de funciones, José María Garzón, que llevó casos tan famosos como los asesinatos de Rocío Wanninkhof, Sandra Palo y las niñas de Alcàsser, a cuyas familias se ofreció como profesional. Claro que todo parece indicar que tiene más peligro que Willy Fog con el abono de un trasporte.
Y es que algunos abogados tienen métodos poco ortodoxos de hacer clientes y de cobrarles la minuta. A falta de un órgano independiente que valore el currículum profesional, son los medios de comunicación quienes evalúan a “los mejores abogados” y, lógicamente, no precisamente por su discreción.
 

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