Opinión

La desesperación de un octogenario

La supongo enterada, dilecta leyente, del suicidio de ese octogenario, que tras intentar quitarse la vida en una entidad bancaria pidiendo ser atendido en sus reivindicaciones, terminó lanzándose con su coche al mar en el Berbés.
En la primera de sus intentonas, un par se semanas antes, llegó a pegarse varios cortes en el abdomen en el interior del despacho del director bancario, angustiado porque nadie se quería hacer cargo de un serio problema que tenía en su vivienda y, con razón o sin ella,  tal vez se sintió engañado por los mismos que antes con una “sonrisa profident” le incitaban a firmar seguros que le amparaban contra cualquier contingencia y se ponían a su disposición para lo que hiciera falta, pero, ahora que los necesitaba, entendía que ahuecaban el ala y lo dejaban abandonado a su suerte, y aquellas manos que con suavidad estrechaban las suyas ahora se le asemejaban garras. 
De aquella quijotada le sacaron los “Bachiller Carrasco”, considerándose salvadores de una vida, pero los molinos de viento seguían allí. Vamos que le habían quitado el cuchillo, pero el problema original de las humedades seguía pendiente. Y la casa es nuestro castillo, donde guardamos nuestros recuerdos, en cuyas paredes resuenan las voces de nuestros antepasados y nos aferramos a ella por que en la misma está toda nuestra vida.
Por ello, sintiéndose abandonado, ante la indiferencia de todos, se dijo que para “humedades” ya tenía el mar, y se fue directamente a él, haciéndole un corte de mangas a los bancos, las compañías de seguros y al sursuncorda.
Y es que el suicidio es una cuestión de salud pública de primera magnitud, sin embargo no existen prácticamente unidades de prevención, y las pastillas no hacen desaparecer los problemas. En el caso de los ancianos se presentan rasgos distintivos como los llamados suicidios pasivos (dejándose morir), de una parte, y de otra los hombres presentan una mayor impulsividad biológica que les puede impeler, por ejemplo, a precipitarse a las vías del tren o arrojarse al mar, que lo haces en un minuto, y no con ansiolíticos, como acostumbran a hacer las mujeres; tampoco nosotros buscamos redes de apoyo a las que confesar nuestras preocupaciones y miedos, que a ellas les proporciona tanta fortaleza psicológica. Si a ello le añadimos, la depresión, la soledad, la pérdida de seres queridos, la migración forzada, las bajas pensiones,, la pérdida de prestigio, y antecedentes familiares de dicha conducta., tendremos un suicida en potencia.
En el caso de parejas, cuando ella es la impedida física o mentalmente y no digamos si las dos cosas a la vez, el suicidio suele ser extensivo. Vamos que se la lleva con él, para que no sufra en manos extrañas que nunca la cuidarán con el amor que lo hace él.
Desde el punto de vista penal, si bien el suicidio no es delito, tal impunidad no alcanza al que induce o coopera al suicidio de otro. Pero en este caso él mata a quien no ha manifestado su deseo de dejar este mundo cruel y por ello cometería homicidio o asesinato. Si bien su responsabilidad se extingue con su muerte y en vez de esperarle unos “boquis” (funcionarios de prisiones), tal vez le esperen a ambos un coro de ángeles, con Frank Sinatra al frente, cantando: “I can not live without you”. O eso cabría imaginar.
 

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