Opinión

Dando mal ejemplo

Pues, dilecta leyente, dos “sucedidos” de vandalismo, uno en Arteixo y otro en Vigo, me han fundido el yelmo. El primero, protagonizado por unos chavales de 11 años, que arrasaron con el mobiliario y ordenadores de su propio colegio, y otro por unos inmaduros adultos que la tomaron durante el Marisquiño con todo lo que se encontraron a su paso, arrancando señales de tráfico, alumbrado, quemando contenedores y retratos de una exposición en la vía pública, al más puro estilo pandillero.
A la vista de lo último, uno se pregunta si con el ejemplo de estos bandarras se puede pedir moderación a los niños que presencian los hechos, especialmente si no ven un contundente reproche social, primero por parte de los espectadores y luego por las autoridades competentes. Como alguien dijo: La neutralidad favorece al opresor, no a la victima.
A la vista de los ejemplos que les ofrecemos los mayores, corrupción, violencia, drogadicción, hipocresía…, lo raro es que nuestros jóvenes no salgan peor de lo que salen. Sin pretender seguir a Rousseau, a veces se tiene la tentación de aislar al niño de las malas influencias de la sociedad, protegiendo su natural “bondad e inocencia”, por el contrario, otros, ante su mal comportamiento, son partidarios de aislarlos para proteger de ellos a la sociedad. Y hay quien pretende justificar su aislamiento por el propio interés del niño, para protegerle de sí mismo; y se basan en su falta de adaptación a las normas sociales.
Desde el punto de vista legal, los chavales, al ser menores de 14 años están exentos de toda clase de responsabilidad penal. Vamos, tienen “licencia para matar”. Otra cosa es la responsabilidad civil que repercutirá sobre los padres. Los servicios sociales de la Xunta comprobarán si aquéllos están en situación de desamparo… “y no hubo nada”; y uno se pregunta qué puede llevar a unos niños a atentar contra su propia escuela. Desde luego a un niño japonés ni se le hubiera pasado por la cabeza. Todo parece indicar que no se sienten identificados con aquélla.
 “Amor y pedagogía”, que decía Unamuno. El pupilo tiene que ver en su formador una autoridad, pero una autoridad que le hable con dulzura, aunque nunca abandone su puesto de superioridad moral y cultural. En cambio, donde solo hay autoridad, donde todo se presenta como una rígida norma, puede que el infante actúe en consonancia con ella por miedo al castigo, o por una conciencia del deber; más nunca lo hará por iniciativa propia, porque no ha interiorizado la norma, porque ésta no ha sido asumida como propia, sino simplemente cono una exigencia que proviene del exterior.  Y es que los largos sermones, más mueven culos que corazones.
 

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