Opinión

Cosas de leguleyos

Pues, dilecta leyente, cumplimentado su requerimiento, le contaré tres casos de leguleyos:  
Hurto y no robo
Acude a consulta, a mi despacho, un ciudadano rumano acusado del robo de un bolso mediante el clásico tirón. Le dedico media hora y tras comprobar que es un pobre diablo, me ofrezco a llevarle la defensa, de oficio.
Repaso el baremo de honorarios de justicia gratuita de la Xunta de Galicia y me entra la risa floja. 
Tres meses después el Colegio me ingresa los óbolos, por lo que inmediatamente hago mi declaración a Hacienda a través del pago telemático, no vaya a ser que la ministra de Hacienda  envíe a sus buitres. Y me quedo cavilando en qué invertir la guita, si me queda algo después de comer el plato del día. 
¡Ah! ¿Que qué pasó con el rumano? Pues conseguí que la condena fuese por hurto, demostrando que no había habido arrastre ni resistencia de la víctima. Vamos, lo que se dice un tirón limpio.
Un pueblo electrizante
Vivo en un pueblo electrónico- me escopetó el nuevo cliente.
-¿Me lo puede explicar?
-Pues que la tarifa eléctrica es descomunal. No voy a poder pagarle.
-Pues me deja usted a dos velas- repliqué un tanto indignado.
A pesar de todo  le llevé     el caso. Se trataba de una acusación de “Defraudación de fluido eléctrico”.
Después de atenderle debidamente, me fui a comer a mi tasca favorita y encargué un buen chuletón, pero sin ninguna especia, maticé. Ya venía yo demasiado electrizado
Sólo sabía dos palabras en español
Aquel desesperado joven sirio, cogió el poco dinero que tenía, que no llegaba ni a las mil libras, reunió fuerzas de su propia flaqueza, saltó la alambrada que le separaba del mundo libre, hiriéndose las ingles sin acusar dolor alguno, atravesó el árido campo dejando atrás los tamarices, ninguneó a la guardia fronteriza turca, cruzó el inhóspito mar desde Argelia y en una inestable barcaza llegó a Melilla, bordeando Marruecos, siguiendo la ruta Mediterránea Oriental, en busca de la paz anhelada, con la esperanza de luego traer a su familia.
Llegó exhausto, con la ropa empapada y la boca seca, y ya en tierra solo alcanzó a balbucear:” Refugiado….Abogado”. Eran las únicas palabras de español que había aprendido.
Samir vive ahora en algún lugar de la costa gallega y ya aprendió  a decir: “Carallo”. Mientras, el abogado lucha por la reagrupación familiar.

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