Opinión

Casos de abogados

Pues, dilecta leyente, le voy a contar tres casos en los que queda patente hasta el extremo que puede estar dispuesto a llegar un abogado defensor:
Resulta que uno de estos días entró por el despacho un tipo cejijunto que venía a litigar por la herencia de su tío-abuelo, que consistía en una vieja casa en ruinas, que con el tiempo era evidente la pérdida de valor y me producía fatiga decirle que le iba a costar más el pleito que el caserón. Como persistía en su idea, le aconsejé que la aceptara sólo a título de inventario, pero todo fue inútil ante su persistente idea de quedarse con aquella barraca. Al final me confesó que en el viejo y destartalado caserón habitaba el fantasma de su abuelo, con el que mantenía interesantes e informativas conversaciones nocturnas pues dado su estado espumoso de travieso ectoplasma le permitía penetrar en el pensamiento de los hombres. Vi entonces en aquello un floreciente negocio de nigromancia y transido de soberbia me presté a llevarle el caso.
 Era una mañana infernal, (a pesar de estar finalizando la primavera). Cogí mi gabán y me “chapeau” y me dirigí a la Comisaría a asistir a un detenido del turno de oficio. Se trataba de un inmigrante ilegal, un sudamericano que decía no dominar el idioma (solo hablaba el dialecto de los antiguos incas), acusado de sustraer un anillo de oro a una cándida anciana. No pude evitar censurar el hecho, pero tenía que buscar una defensa que al menos atenuase su responsabilidad, así que a falta de argumentos sólidos, tuve que abogar por el clásico “hurto famélico” a la par que solicitaba el albarán de la joyería para conocer el valor del “consumado”, que  tendría su importancia en la calificación del hecho. Como no tenía confianza en el razonamiento, me busqué otro más insólito, como que se trataba de una Realización (nada arbitraria) del propio derecho, por las riquezas que expoliamos a su pueblo en nuestra Colonización. ¡Que citen a Atahualpa!, exclamó su señoría, y declaró como imputado a Pizarro.
Era una calurosa tarde de verano, de esas en que el astro Sol parece acosar a la voluptuosa Tierra, tal vez con fines erótico- festivos, cuando recayó por el despacho un alto ejecutivo de una importante empresa dedicada al mercado informático, acusado de fraude a Hacienda, cuyo hecho trataba de justificar ante la mala situación económica. Podía alegar que sufría de oniomanía o ludopatía, buscando una atenuante, pero decidí  adoptar un argumento poético-bucólico: “eclipse de memoria al observar la panorámica del gráfico de ventas”, confiando en el conocido romanticismo ecológico de su señoría, pero la fría espada de la Justicia demostró que era implacable y  Montoro lo tenía registrado en su lista de célebres morosos, de lo que, en el fondo, parecía sentirse orgulloso.
Como dijo Epiménides : “Todos los cretenses son mentirosos. Yo soy cretense”. Y mi cliente nació en  Chersonissos.

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