Opinión

Bromas aparte

Pues, dilecta leyente, la supongo enervada por esa “broma” que le gastaron a un  niño refugiado que trataba de olvidar su desgracia jugando en un parque con otros niños de su edad, allí en Pakistán, cuando un adulto se le acercó para decirle que el avión comercial que cruzaba las nubes era un caza que venía a lanzar bombas contra ellos. El susto del pequeño que estaba acostumbrado a que estos hechos ocurrieran, fue tal que salió corriendo en todas las direcciones gritando, yendo a parapetarse tras un muro, encogido por el miedo y tapándose la cara, esperando el fatal desenlace, mientras el “bromista” se partía de la risa. Y es que hay personas que tienen el sentido del humor en la almorrana,  además de una bilis xenófoba.
Habría que distinguir entre broma, burla, susto e inocentada. La broma tradicional tendría un sentido lúdico pero inofensivo, en que se trata de dar una sorpresa a un amigo con una notica que resulta falsa, de escasa duración y que no sólo no deja trauma, sino que termina celebrándose con la víctima, que entre risas promete devolverla y habitualmente contribuye a fortalecer los lazos de camaradería. Claro que a veces es uno el que se lleva la sorpresa, como aquel que mandó telegramas a sus amigos diciéndoles “Todo se ha descubierto. Huye”. Y se encontró con que al día siguiente la mitad de sus amigos habían desaparecido.
La burla, por el contrario tiene una finalidad hiriente en que la víctima de la chanza queda ridiculizada ante los demás. Pongamos las bromas sobre infidelidades o defectos físicos que, en el primer caso, normalmente no terminan de disiparse las dudas y pueden traer consecuencias insospechadas.
El susto sería cuando la “broma” tiene tintes siniestros que llegan a producir desasosiego, como sería el caso del niño sirio. O aquel de Portugal que le dijo al “menino”, encima con cierta deficiencia mental, que su padre, emigrante, había sufrido un grave accidente y había muerto.
La inocentada tiene mucho de teatralización, con la colaboración normalmente de un gancho, que es que facilita la información sobre las filias y fobias del llamado a ser “inocente”. 
Claro que lo habitual es que la broma tenga algo de todos esos ingredientes en mayor o menor grado.  Recuerdo la inocentada que el gastaron hace años por la televisión a un torero, con la colaboración de su bella esposa, en que le hacían creer a aquél que en su finca había aterrizado un ovni y fingían hacerle una entrevista. En mis tiempos infantiles nos limitábamos a colocar en el asiento del colega una caca seca para luego acusarle de guarrete o le poníamos debajo de la mesa una bomba fétida. Que ahora que lo pienso, tampoco eran bromas tan ingenuas. Desde luego nunca se deberían admitir como tales las humillantes, ni siniestras. Ahora, inocentada, lo que se dice inocentada, es la que la están gastando los dirigentes catalanes a sus bases con eso de la independencia de “Catalunya”.
Volviendo al andoba paquistaní, habría que buscar encaje penal, bien como amenazas o bien contra la integridad moral, a esas bromas con tintes dramáticos, con mayor gravedad si la víctima es persona vulnerable. Desde el punto de vista criminológico, el waltrapa tiene un incipiente perfil criminal, como el que comienza cortándole las alas a las moscas o de alguna otra manera se ensaña con los  indefensos animales. De momento: ¡Que le den por donde más amargan las guindillas!
 

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