Opinión

Bomba o cerveza

Pues, dilecta leyente, parece que la cebada crea adicción y de las graves, a juzgar por el sucedido en el reciente vuelo de Tenerife a Santiago, en que un pasajero amenazó con hacer explotar una bomba si no le servían una cerveza. Y se armó el belén. Por motivos de seguridad el avión tuvo que ser desviado a una zona  alejada de la terminal de Lavacolla donde la esperaban las fuerzas del orden para hacer las comprobaciones oportunas y proceder en consecuencia.
Estos hechos suelen realizarlos para llamar la atención del mundo sobre algún tipo de reivindicación, ya sea política, social o particular y cogen al indefenso pasajero como rehén de sus exigencias, despreciando los problemas y sentimientos de cada uno de ellos, que también los tienen.
Aquí el malandrín reivindicaba la cerveza como Alonso Quijano acudía al fierabrás para curar sus heridas. Nos quedamos con la duda si pidió una marca determinada, aunque por su proximidad, es de suponer que preferiría “Estrella de Galicia”, en cuyo caso la firma debería colaborar a pagarle la fianza, por la publicidad, en caso de que se considere positiva, que lo dudo. Claro que también podía ser “Mahou”, a la vista de las maravillosas anécdotas que cuenten los prestigiosos tertulianos que salen por la tele resaltando los extraordinarios momentos que pasaron libando tal bebedizo. Lo cierto es que el bandarra debía tener síndrome de abstinencia cervecil.
Últimamente asistimos a casos un tanto insólitos. Por si había poca sensibilidad con las bombas reales, vienen unos waltrapas a montarla. Entre piraos, bromistas con el sentido del humor en la almorrana y tipos con personalidad borderline, el panorama aéreo se pone chungo.  
A veces el fallo es de la tripulación, por no revisar los asientos y cabinas una vez abandonadas y confundiendo una nota de amenaza falsa del vuelo anterior con el actual, obligando inútilmente  a evacuar el avión.
Otras, son los nervios de las Fuerzas del Orden que evacúan por confusión el avión equivocado y, cuando se dan cuenta del error, el que había que registrar ya había llegado a su destino. Por suerte, sin novedad.
Nuestro Código Penal castiga estas butades como Desórdenes Públicos, que pueden conllevar una multa, lo que debería hacer pensar en una seria reforma en materia de seguridad aérea, sin perjuicio de lo que opine mi compañero de viñeta, Julio Dorado, experto en estos temas. Lo peor es cuando el piloto o copiloto deciden que ese sea el último de sus vuelos y no quieren morir solos.
A pesar de todo, con tas estadísticas en la mano, nos tratan de convencer de que el avión es el medio de transporte más seguro. En cualquier caso: “Un hombre solo teme a la muerte si tiene algo por lo que vivir”.
 

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