Opinión

Amigos de sus hijos

Pues sí, dilecta leyente, cuando al padre se le trata como a un coleguita, al profesor se le toma por el pito del sereno. Todos recordamos a aquellos pijoprogresistas presumiendo de que ellos eran amigos de sus hijos. Lo dijeron otros, pero lo ratificó un reconocido experto en menores, como es el juez Emilio Calatayud: “Si yo me convirtiera en amigo de mis hijos, les dejaría huérfanos de padre”.
El chaval ya tiene sus amigos de similar edad y condición, lo que necesita es un referente a imitar, un modelo a seguir. Y para ello el padre tiene que dar ejemplo, sin hacer trampas, porque si algo odian los chavales es la hipocresía de los mayores.
Los niños cuando son adultos tienden a reproducir su propio esquema educativo y los traumas de la infancia afloran, como nos dejó dicho el ahora denostado Sigmund Freud. Y así los niños maltratados pueden convertirse en maltratadores y los que han sido víctimas de abusos sexuales pueden llegar a querer imitar a sus explotadores.
La familia debe ser, sobre todo, el centro afectivo donde el niño encuentre cariño y comprensión. La falta de cariño los endurece. Pero también debe ser el lugar educativo, donde aprenda a asumir frustraciones, sintiéndose, no obstante querido. Y la primera frustración comienza con el destete. 
La educación exige corregir. Muchos delincuentes se quejan de la blandura de sus padres, que no ha sido más que abandono moral, despreocupación, al fin y al cabo, para que los dejasen tranquilos. ¡Claro que es difícil educar a los hijos! En cierta ocasión fui con uno de mis sobrinos, cuando éste tendría unos cinco años, al pediatra. Sin venir a cuento el chaval le largó una patada, a lo Sergio Ramos, al facultativo, y éste, sin pensárselo dos veces, le respondió con un bofetón a lo Glen Ford en la película “Gilda”. Ante mi estupefacción me explicó: “A los niños no se les puede dejar hacer lo que quieran. Deben ya aprender que sus actos tienen consecuencias”. Me convenció su filosofía, que interiormente compartía. Pero no pude menos que espetarle: “Si eso lo llega a hacer su padre, perdería la patria potestad y posiblemente sería condenado penalmente. Y me creo que si yo le denunciara, sería usted inhabilitado por vida”.
Porque esta educación pijopresista ha quitado a padres y profesores toda autoridad, confundiendo un cachete a tiempo con un maltrato. Claro que hay niños que son cruelmente tratados. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación. Indudablemente que hay que sacar a los críos de las garras de esos desalmados y a éstos castigarlos severamente. Ni siquiera el azote como medio habitual de corrección estaría justificado. Se debería tener en cuenta la edad y el  temperamento del educando. La sanción debe ser proporcional y lo más próxima a la mala acción, y la corrección debe ser educativa y no producto del desahogo del momento, como tampoco estaría justificado descargar sobre el menor las frustraciones del día. Ya lo dijo Unamuno: “Amor y Pedagogía”.

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