Opinión

De la pelu a las bombas

Es falso afirmar que el jefe de los yihadistas detenido haya pasado de las mechas de la peluquería a las mechas de las bombas, porque ahora los explosivos funcionan de manera digital, pero sí que ha dado un salto de la peluquería al terrorismo, eso es evolucionar y lo demás tonterías.
En aquella "La Codorniz", que debía recurrir al surrealismo para no caer en las suspicacias de la censura, creo que Mingote publicó un chiste en el que un personaje decía: "Yo he evolucionado mucho: antes era escéptico y ahora soy farmacéutico". Y tenía razón, porque de no creer en nada a asegurar que el omeprazol evita el reflujo gástrico debió ocurrir una asombrosa evolución.
Antonio, el peluquero, sufrió una metamorfosis, que lo llevo de ser Toni, hijo de españoles cristianos, sin ningún familiar musulmán, a convertirse en Alí, y a creer firmemente que hay que asesinar, como sea, a los perros infieles que no creen en Alá, aunque hayan ido contigo a la escuela.
Normalmente estos acontecimientos producen pasmo, y las señoras del rellano se preguntan cómo ha podido ocurrir ello, pero es bastante frecuente, y la historia está repleta de conversos, gente distraída con asuntos banales que, de repente, encuentran la fe, la que sea, y cambian de manera radical su vida y sus comportamientos. Podríamos hablar de San Agustín o de San Ignacio de Loyola, pero también del boxeador Cassius Clay, que descubrió el Islam y se transformó en Muhammad Alí, o de Cat Stevens, un cantante británico al que yo admiré en mi juventud, y que pasó a llamarse Yusuf Islam, que es un nombre como para no despistarse de qué va la cosa.
Hay que reconocer que ser peluquero es muy poco emocionante. Sólo conozco una novela protagonizada por un peluquero, "Shampoo", llevada al cine, pero no es lo normal. Entre descargar adrenalina en ver cómo queda el lavado de cabeza, y asesinar a unos cuantos sabiendo que las huríes te esperan en el paraíso, no hay color. Y esto es tan antiguo que, por mucho que lo pretendamos, no podemos echarle la culpa ni a Artur Mas ni a Rajoy, que todavía cree que un joven puede sacrificar su vida por el Producto Interior Bruto, (PIB para amigos y telegramas).

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