Opinión

Dinero público

Una de las enfermedades crónicas de la democracia española es la falta de consciencia de los ciudadanos de que el dinero público, antes de estar en las manos de la Administración, estaba en su cartera, la cartera del contribuyente, claro.
El contribuyente español, cuando acude a la reunión de la comunidad de propietarios, sabe que todos los gastos que se generen los tienen que pagar entre todos los vecinos. Y, cuando alguien propone alguna mejora -cambiar el ascensor, pintar la escalera, comprar alfombras nuevas para el portal- siempre hay alguna resistencia, porque eso supone aflojar el bolsillo y, si el gasto es de bastante entidad, una derrama adicional a lo que ya se paga normalmente. Bueno, pues este sentido común de saber que los gastos los pagamos entre todos, y que conviene ser prudentes, se pierde por completo cuando se trata los gastos del país que mantenemos con nuestros impuestos. Debido a un despiste, una falta de conocimiento, a una inconsciencia generalizada, o a cualquier otro factor, cuando se trata de aumentar los gastos que pagamos entre todos a Hacienda, a todo el mundo le parece de perlas.
Por ejemplo, la comunidad autónoma peor administrada de España, y la más endeudada, que es Cataluña, ha aprobado en su parlamento entregar un sueldo de algo más de quinientos euros a todo aquel que lleve dos años viviendo en Cataluña y sólo posea el piso en el que vive. Está muy bien. Puedes vivir en un piso céntrico, valorado en 400 o 600.000 euros, y en lugar de venderlo para cumplir tus compromisos, la Generalitat te ayudará con más de quinientos euros mensuales. ¿Y esto corre a cuenta de Puigdmont? ¿Se lo van a quitar del sueldo los de la CUP? ¿Lo pagará Donald Trump? ¿El Corte Inglés? ¿Mercadona? No, lo pagarán los contribuyentes lo mismo que pagan el cambio de ascensor de su comunidad. Y parecen todos muy contentos de pagar más.
Demostrando que ignoran que ese dinero es tan suyo, como los cerca de 200.000 euros que se gastó Puigdemont en su conferencia en Bruselas. Pero si están contentos, me alegro. La felicidad y la inconsciencia suelen emparejarse muchas veces.

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