Opinión

A vueltas con la Vuelta

En más de una ocasión tuve el privilegio de llevar a ‘Elena’ en helicóptero. Tenía pánico a volar, no paraba de rezar y santiguarse a bordo. Pero le echaba pelotas. ‘Elena’ era, ‘el ena-no’, es decir ‘el Butanito’ -por su baja estatura y su funda color naranja-, aquel que encabezaba siempre las crónicas deportivas con: ‘¡Saludos cordiales!’.
 Los pilotos de ‘la Vuelta’ teníamos nuestra propia jerga. ‘Elena’, como ya os imaginaréis los más veteranos, era el periodista José María García. Vivía obsesionado con los partes meteorológicos de los aeropuertos (entonces no había Internet: eso que nadie entiende aun hoy cómo funciona, ni cómo antes podíamos apañarnos sin él para vivir) para, como de cosecha propia, lanzar por las ondas los pronósticos. Un día tanto me atormentó para que le consiguiera el TAF de Santander, que le pasé mi agobio al meteorólogo: “¿Lloverá esta tarde?, ¿lloverá esta tarde?, ¿lloverá esta tarde?”. “Esta tarde no lo sé –me respondió incómodo- pero si vienes mañana por la mañana te lo podré decir con toda certeza”.
 Para no incurrir en la rima sicalíptica a la hora de hablar por la banda aérea, en vez de ‘cinco’, algunos pilotos recurrieron al ‘cuatro más uno’. De poco les sirvió la treta: ‘¡Por el culo te vacuno!’, les retrucaron en seguida por la frecuencia. Solíamos coincidir en los mismos hoteles con los ciclistas. Ellos venían de sudar la gota EPO. Olían a pócima de Astérix. Aún hoy me pregunto cómo es posible recorrer cuatro mil kilómetros en bicicleta en tres semanas solo a base de espaguetis. 
 Antes cada cadena de radio llevaba su helicóptero. A veces también los patrocinadores. Nos juntábamos hasta treinta aeronaves sobre la culebra multicolor. Era aquella TVE (lo que es de todos, no es de nadie) de un billón de deuda. Por esos convenios inconvenientes de las empresas públicas, el personal que cubría ‘la Vuelta’ podía elegir entre llevar su propio coche y cobrar kilometraje, pasar gastos de taxi o desplazarse en el autobús que ponía la cadena a su disposición (que iba vacío, claro) y era gratis. Pues bien: el menda de TVE que me acompañaba (yo pilotaba el helicóptero que hace de repetidor, ese que va por allá arriba haciéndole cosquillas a Dios en los juanetes) que solo tenía que encender los equipos y echarse a dormir, había optado por desplazarse en su vehículo. Y sabéis qué: cada día, al terminar la etapa, para que el holgazán azacán pudiera racanear unos durillos con los kilómetros, había que devolverlo al lugar de salida: 3 horas de vuelo entre ir y venir, cuando poco, y medio millón de pesetas de la época. Al despedirse, después de pasarse la retransmisión roncando, siempre me hacía la misma pregunta: ‘¿Quién ganó hoy?’
 Y yo pensaba: los contribuyentes no, desde luego. Pero qué más daba. Ancha es Castilla. Y la pólvora del rey nunca se acaba. 
 ¿O sí? Porque lo que va por un billón –pero de euros- es ya la deuda pública española…

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