Opinión

Vías que se juntan

Rapaz repelente y resabido, ni siquiera di por bueno el ejemplo que me puso mi maestra cuando me enseñó lo de las líneas paralelas. Las vías del tren se juntaban en lontananza. Bastaba verlas. Ella intentó convencerme con no sé qué de los efectos ópticos, las perspectivas, los escorzos y otros razonamientos imposibles. Pero yo siempre abrigué la esperanza secreta de que si caminaba y caminaba por la vía –me lo tenían prohibido so pena de muerte súbita- sorprendería a aquellos estoicos raíles metiéndose mano, como sorprendía a las parejas cuando desobedecía a mis mayores.
 Calientes como yunques de una fragua, en las tardes de verano los raíles me traían noticias frescas de convoyes. Eras mis confidentes, mis amigos; los utilizaba para hacer equilibrio mientras estibaba mis conocimientos escolares, mis curiosidades infantiles, mis inquietudes interiores que, en el futuro, me permitieran no andar escorado por la vida.
 Crecí. Dejé de ser sensato. Todo lo vi según me traicionaba mi interés, no mi cerebro. De vez en cuando veía los raíles desde arriba –me hice piloto- como una referencia inamovible; mejor que la de un río, a veces seco, mejor que la de una montaña desdibujada por la niebla, mejor que la de una ciudad centelleante, como un lago, cuando le daba el sol al bies y a mí de cara.
 Un día, aciago, los raíles me llamaron: acércate –antes habían sido las olas: el “Casón”, el “Prestige”, el “Mar Egeo”…, siempre catástrofes- para hacer unas imágenes. Allí estaba la vía. Nada que ver con mis recuerdos de la infancia. ASFA, ERTMS, ADIF, ALVIA, y nombres de personas que ya no estaban, y de héroes anónimos que, al zumbar del helicóptero, apenas erguían la cabeza. Un accidente terrible. Vagones en el asfalto, deambular zombi de vecinos, autoridades razonando sinsentidos, silencios deshilachados, vidas truncadas y catenarias. Las causas las supe de inmediato: una recta en bajada impresionante, kilométrica, embriagadora; un tren con la inercia de un portaaviones lanzado a toda máquina, y un túnel con una curva de noventa grados a cuya salida, maldita sea, los raíles se juntaron. Aquello no era previsible, aquello, tarde o temprano, era inevitable. 
 Problema: un tren sale de Ourense y no llega nunca a Santiago de Compostela. 80 vidas se esfuman en Angrois. 144 sufren secuelas incurables ¿De quién es la culpa? La Audiencia ha mandado reabrir el caso y seguir averiguando: el maquinista, no es la solución correcta. ¿ADIF?, caliente, caliente…

Te puede interesar