Opinión

En verdad, en verdad os digo...

En verdad, en verdad os digo que esto no lo entiende ni Dios: 
Los ‘Peperetes’, esos que acaudilla un Moisés del río Lérez, que día sí y día más hacen bueno al mundo del hampa, que ponen en un brete a la divina misericordia por tener que perdonarles tantas corruptelas, van tan sobrados -volverán a ganar las elecciones según las encuestas- que aunque entren a saco en el Banco de España y se lleven de sus bóvedas todo el oro que dejaron los rusos y nos dejen una deuda pública a cuyo lado el PIB semeje una limosna de viuda, sus creyentes les seguirán votando desoyendo las sagradas escrituras: ‘El ladrón no viene sino para hurtar’ (Juan 10:10).  
El ‘Rojerío’ no le va a la zaga -tiene gran experiencia en apocalipsis económicas-: aunque sus profetas no tengan reparo en anunciar la hecatombe, en alardear de la ruina que dejaron sus antepasados, en prometer el mismo maná que nos llevó a la caquexia, en ‘traer la peste, el terror, la tisis y la fiebre’ (Levítico 26, 13-39),  la peña, enardecida, irá con ellos a muerte, nunca más lejos de ser una metáfora. Y a quien Dios se la dio Pedro Sánchez se la hisope: empeñado en dar al César lo que es de Dios y a los catalanes lo que es de España, es tal su ambición que pactaría con Belcebú con tal de entrar en la Moncloa.   
Los ‘Podemitas’ más de lo mismo. Pero a peor. Raza de chanclas-rastas, sepulcros de verborrea, ideólogos de la obviedad, bolivarianos por adopción, sudacas por conveniencia, redentores de todo a cien, mayoría rumorosa –las langostas también lo son en las cosechas- de una izquierda populista y demagoga, tienen más peligro que el lobby gay del Vaticano impartiendo ejercicios de relajación espiritual a los seminaristas. Votarlos sería meter el zorro del oportunismo en el gallinero del descontento. Estos nos quieren poner a veinte uñas y dejarnos en pelotas. Vade retro. De los hijos del chavismo libérame Dómine.   
Los otros, los tibios, los del apóstrofo, los naranjitos, los ‘Ninis’: ni chicha ni limoná, ni frio ni caliente, los arrojaría de mi boca. Y de mi voto. Son como Pilatos lavándose las manos por todo lo que pasa. Pero es tanta la necesidad de la venida de Emmanuel -la honestidad con nosotros-, que hasta a mí me gustaría otorgarles el plácet del nihil obstat. Mas,  ¡ay de aquel por quien venga el escándalo! Y vendrá. No es cera todo lo que arde, sino zarzas de un Ibex que no se extingue. Detente Albert no mates nuestras esperanzas.   
‘Dialogad y pactad para que no caigáis en la tentación de un mesianismo low cost de frases hechas; recordad que no sois imprescindibles, sois impresentables’, me encantaría decirles. Pero es la voz de quien clama en el desierto. A estos mendas lo único que de verdad le importa es allanar el camino hacia su modus vivendi.  
Espero que el Altísimo no se enoje por este indigno remedo de las sagradas escrituras: después de todo, antes de que me rompan la cabeza esta panda de heresiarcas con sus patrañas, prefiero mil veces sucumbir al hechizo de los seráficos cánticos de sus querubes. Con todo, si tras los nuevos comicios no se ponen de acuerdo estos cabrones, ni el Todopoderoso debería perdonarles: no saben lo que hacen, por supuesto; pero sí saben lo que traman estoy seguro. 

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