Opinión

La suelta

La mayoría de los camareros en España se llaman ‘Perdona’, ‘Disculpa’, ‘¡Chis!’, ‘Cuando Puedas’, etc…; como la mayoría de los pueblos, en México, para el aviador Charles Lindbergh se llamaban ‘Caballeros’: a falta de cartografía precisa, desorientado en las veredas del aire mexicanas, daba pasadas rasantes sobre las estaciones del ferrocarril para saber dónde se encontraba; era lo que veía escrito en las puertas de los wáteres. Entonces no había GPS.
 Eran los felices años 20. Glamour. Rascacielos. Bon vivants. Hollywood. Y unos hoteles, y unos mâitres, y unos profesionales de la restauración mejor aún que los que se ven en el cine en blanco y negro. Hoy en día, en España, la mayoría de los camaretas son meros ‘carreta-vasos’. Y me paso siete bares, cinco cafeterías, tres hoteles y un sinfín de restaurantes. Y estamos hablando de Turismo, ojo (al disparate): nuestra industria nacional por excelencia. Algo así como si el todopoderoso clúster automotriz alemán estuviese en manos de ‘aprieta-tuercas’. 
 No saben hacer un café, no saben portar una bandeja, no saben tomar un pedido, ni llevar una cuenta de cabeza. No saben guardar un secreto. Ni disimular una confidencia. No saben hablar. Ni saben idiomas. No saben de la misa la mitad, y se creen que conocen las sacrosantas escrituras del ‘savoire fare’ porque saben poner cara de ‘cuánto me falta para marchar’ o ‘a mí no me vengas con historias’. Corren de un lado para el otro como pollos sin cabeza cuando tienen que atender más de dos sillas. Son bordes. O serviles. O chabacanos. O altaneros. O indiferentes. U hostiles. A veces –por el amor de Cristo- van en vaqueros, o en sisas, o tatuados, o llenos de lamparones, o con manicura de residuos sépticos. Y no les digas nada: porque tragas un pollo aunque seas vegetariano.
 Y sí, tal vez sean puestos de trabajo en precario –puestos de observación vive dios que no lo son, que has de desgañitarte para que te atiendan- pero, tomando como referencia el mundo de la aviación, por ejemplo, que en España ya es la inoperancia hecha esperpento: ‘no sé, no hago, no permito’: los monos sabidillos: Aviación Cerril: una pila de ingenieros aeronáuticos metidos a funcionarios, que no vuelan ni con un huracán, que cagan normas y jiñan ineficiencia (algo así como si los abogados del Estado en vez de aplicar la legislación se dedicaran a diseñar los aeroplanos…); pues bien, tomando como referencia, digo, el mundo de la aviación, lo mínimo que se debería exigir a los camareros es ‘la suelta’, como se le exige a los pilotos, para comprobar que saben volar solos antes de otorgarles la Licencia; y una verificación de competencia –repetitiva- al menos cada dos años, para ver si mantienen sus aptitudes para el oficio y conocen las emergencias. 
 Que los formen, coño, que es imposible conseguir un turismo de calidad si malamente valen para atender mochileros. Y, claro, que les paguen como es debido, integrantes como son del Silicón Valley Ibérico. Y que les digan cómo ha de hacerse un café, leches, que hay mucho titulado y mucha sobre-educación tras una barra, en un país en el que sobran politólogos (‘vende motos’ ya son los japoneses) y se requieren buenos camareros. 
 Un matiz: Desayuno con frecuencia en la cafetería ‘Quento’, en Vigo. Sé que allí se leen mis artículos. Noelia, Sandra, Estefanía, Jennifer, Mercedes, Alexandra, Dominique… no son simples camareras: son sacerdotisas de la hostelería. Su sola sonrisa bastaría para dejar a cualquiera bien servido. Son clase aparte. Y me hacen sentir clase VIP. 

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