Opinión

Mientras Alá sea grande, no nos engañemos...

M ientras Alá sea grande, el mundo será inseguro, la paz imposible, la integración inviable, la disensión continua, la libertad conculcada y el terrorismo nuestro pan occidental de cada día. Hay que revisar el Corán, donde abrevan la pócima del fundamentalismo estos energúmenos. Y censurarlo. No puede ser que a estas alturas de la evolución darwiniana se pueda seducir a alguien con un cielo de huríes, virgos, manantiales, dátiles y desenfreno. Primero porque pican, los cretinos. Y segundo porque todas las mujeres del mundo deberían reprobárnoslo -mandarnos a cagar también valdría- si consentimos que una religión las ningunee por un lado (la católica que, amén gracias, está dejando de ser misógina, homófoba y paleolítica), y la otra las siga ofreciendo como recompensa a los asesinos que se inmolan.  
Y se inmolan, porque si este lado del paraíso, para conjugar el verbo eterno – follar, para los más básicos- hay que negociar un chocho como se negocia una vaca en la feria, sin amor, sin consentimiento recíproco entre las partes puesto que primero se casan y después –o nunca- se enamoran; porque el caso es preñarlas ya que ‘los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a Europa’ (Huari Boumedienne, ex presidente de Argelia, en un discurso ante la ONU en 1974, refrendado después por Ben Laden, Muamar el Gadafi, etc.); porque esos niños serán adoctrinados en las mezquitas a base de versículos y veneno, y eso les quedará grabado a fuego y odio, y brotará cuando llegue el fracaso social, académico, cultural, etc.; y llegará porque los musulmanes no se integran -ni lo intentan, porque eso requiere acatar las normas-, y además porque su religión se lo prohíbe, ya que el Corán no les permiten ser libres para elegir un dios, una preferencia sexual, una forma de vestir, ni siquiera para tomar unas copas; pues eso, la llamada de las 72 huríes retumbará en su subconsciente retrógrado; y se llevarán por delante a todos los infieles que puedan, que no han sabido (antes por el contrario han auspiciado, fomentado, consentido) prohibirles su doctrina excluyente, xenófoba, ilegal, vergonzante, espeluznante, que les ofrece un cielo de hímenes, siempre intactos, y en la punta de la polla la fuerza de un verraco en el hocico. Así de obsceno.
Mientras Alá sea grande, mil quinientos millones de musulmanes serán sospechosos de seguir unos preceptos ambiguos, en los que subyace el repudio al infiel, al agnóstico, al más civilizado. Y sus mezquitas un vivero de asesinos. Y si las aceptamos, si las consentimos, si ya las tenemos dentro, tenemos que vigilarlas. Y a sus imanes. Y a sus consignas. Y a sus patrañas. Las mujeres no son mercadería. Eso es cosa de proxenetas. Así de claro.  
Y eso de ‘islamismo moderado’ (de los Emiratos, de Siria, incluso de Turquía), más que un oxímoron es una ingenua bobería; y lo de las primaveras laicas, paja y secarral, a punto de deflagración al menor roce etnográfico. Y basta ya de enjuagarnos la boca, los europeos, con el elixir del amor y el respeto a la libertad, a la vez que hacemos gárgaras con su petróleo. La libertad hay que defenderla. Y un buen ataque es la mejor defensa, igual que ‘si vis pacem, para bellum’, es la admonición más sabia. 
Y sí, está muy bien vigilar puertos, aeropuertos, estaciones y lugares concurridos. Pero también hay que vigilar a estos fanáticos que viven –más bien, que odian-  entre nosotros. Y a la menor sospecha, a la trena eterna. Y al menor indicio, pulseras electrónicas, pero de rabo de cochino, para que vayan al puto averno de la disfunción eréctil estos reprimidos. Nadie puede evitar que un loco atente. Pero sí que se entrene y se adoctrine. Así de simple. 
Ah, y otrosí digo: el cerdo, si volara, no habría ave más divina ¡El cerdo es grande!, así sea en la tierra como en el cielo. Más porquerizas pues, y menos minaretes. Así de práctico.

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