Opinión

Mataron al "Pescaíto"

Progresista, oficialista, sensacionalista, libre, temática, independiente, amarillista… Demasiadas acepciones para enmascarar sus tejemanejes: la prensa ha de ser veraz, solo. La noticia ha de ser contrastada, siempre. Los medios de comunicación no pueden ser medios de manipulación, nunca.
 Se ha dicho -y no se ha desmentido- que los políticos inventan el rumor, los plumillas lo difunden y los ciudadanos lo hacen suyo sin cuestionárselo, que las ruedas de prensa son ruedas de reconocimiento (de favores) donde se comulga con ruedas de molino, que el fondo de reptiles es un pozo sin fondo donde se ahoga el periodismo de investigación. Pero no voy a caer en lo que denigro: sin pruebas solo hay sospechas. Y de ahí a la falsedad media el cinismo. 
 También se ha dicho que el papel todo lo aguanta, que todos jugamos un papel en esta vida, que algunos se la cogen con papel de fumar. Ahora se dice que el papel desaparecerá, incluso el papel moneda. Pero yo os digo: la letra pequeña siempre perdurará, aunque sea cibernética. Y otrosí digo: aunque la noticia sea “online”, si queremos enterarnos, tratemos de leer solo entre líneas. 
 Esta vez no me refiero tanto a la prensa impresa, cuanto a la que arde en los platós televisivos: ¡Mataron al “Pescaíto”!, ¡Mataron al “Pescaíto”!, clamaron los pregoneros de los programas matutinos. Y al ciudadano de bien se le hizo un nudo en el estómago, se le atravesó una maldición en la garganta o le afloró un rezo entre los labios. A cada cual según su rabia, su humanismo o sus creencias. En mi casa, al saberse la noticia, al medio día, nos invadió una tristeza crepuscular, hubo un bisbiseo de rosario, un hablar quedo, mientras el corazón nos palpitaba en la boca o se nos salía por los lados. 
 Pero en la tarde ya empezó la matraca sensacionalista, el alboroto especulativo, el frenesí del odio. El realiti. Y a la noche más. Y al día siguiente más. Y al otro día. Y al otro. Y todavía sigue, mientras no ceje el medidor de las audiencias. Y los políticos pescando en río Guadalete, tinto en sangre ajena, se juntaron para revisar, o no revisar, la prisión permanente revisable. Jugaron a los oxímoros. Y convocaron a las familias de las víctimas para dirimir, en caliente todavía los cadáveres, con frialdad abochornante si la venganza se debe comer fría. Show. Carnaza. Especulación. Penas de telediario y lágrimas de cocodrilo. Y el pueblo dividido, como siempre, ni siquiera en la picota los culpables. 
 Llora la madre, el padre, los policías, llora una periodista de las mañanas a la que le soplan la espontaneidad por el pinganillo. Todos lloran. Pero todos siguen haciendo sangre, exhibiendo su propio yo, hurgando en la herida fresca. Deplorable.

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