Opinión

¿Marginales o civilizados?

‘En esta sociedad enferma sería un halago el que a uno le llamaran marginal’
 (Un servidor)
He aquí un ranking del país más avanzado del planeta: Dos estudiantes de la escuela secundaria Columbine matan a 13 personas y hieren a otras 20 antes de suicidarse. Un estudiante mata a 32 personas y hiere a 29 en un centro de estudios de Virginia. 13 personas son asesinadas en un tiroteo en la base militar Fort Hood. James Holmes se carga a 12 prójimos y hiere a otros 50 en el estreno de la película “Batman” en Denver. Un pirado abre fuego en una escuela primaria de Newtown y se lleva por delante 20 niños y 8 adultos. Esto en apenas 15 años. 
En España no llevamos armas, menos mal; pero amantes como somos de la fiesta, la siesta y el cachondeo, resulta que el número de suicidios ya duplica al número de muertos por accidentes de tráfico: 3.910 personas se quitaron la vida en 2014. Y subiendo. Vivimos a golpe de Trankimazin, Orfidal, Lexatin y otras pirulas de asequible trapicheo. Solo en 2015 –sin contar las que se adquieren a través de la red y las traídas de extranjis- se dispensaron con receta médica del Sergas 7,3 millones de envases de ansiolíticos y antidepresivos. La peña, basta verla, va frenada por la calle; si no, nos aniquilaríamos entre nosotros mismos. El consumo de benzodiacepinas –familia de los medicamentos somníferos y ansiolíticos- es cuatro veces mayor en España que en Alemania. Y según el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, Europa es el territorio con el consumo medio más elevado del mundo. Uf…
Mucha calidad de vida, mucho estado del bienestar, mucho tirar de pastillas: para dormir, para superar la pérdida de un ser querido, para hacer frente a una ruptura sentimental, para levantar la polla si hace falta, y la peña se suicida como si no hubiera un mañana. Tal vez sea eso. Pero es que además el presente es un sindiós: se promociona el consumo como marchamo de éxito, y eso ocasiona frustración; se antepone la competencia a la colaboración entre las personas, y eso genera hostilidad; se abusa de la ciencia farmacéutica, y eso nos hace más adictos a las drogas y más ajenos a la realidad. Nuestros referentes están o en la luna, por lo tanto son inalcanzables; o en las pasarelas: modelos enfermas que son modelo a seguir por una sociedad que se debate entre la bulimia y la anorexia; o, lo que es todavía más absurdo, entre la ambición y la falta de identidad: ya no somos ciudadanos, somos consumidores. 
 Lo paradójico es que, mientras que en los países ricos -atiborrados de enseres, bagatelas y pirulas- nos quitamos la vida, diez países latinoamericanos, con Paraguay a la cabeza, están entre los más felices del planeta. Vaya civilización de mierda…

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