Opinión

¡Marcha can!

Antigua Roma. El anfiteatro a rebosar. Nerón preside el espectáculo. En la arena, a punto de ser mártir, un cristiano enterrado hasta la nuez de Adán. Sale el león. Con los dientes, el cristiano alcanza a darle un mordisco en los cojones. Y la peña: ¡Eh, eh, tío, juega limpio! 
 Pues igual. Si hoy un hombre se defendiera a dentelladas del ataque de un chucho en plena calle -fuese manco el racional y el can fuese de presa- no solo sería trending topic en ‘mascotas maltratadas’, sino también noticia en todos los periódicos: ‘Pobre animal’, llevarían en portada, a media página, aquellos más progresistas; se redactarían sesudas editoriales en contra del maltrato; le aplicarían la pena de telediario, y el bípedo iría a la trena como hay dios.
 Pues más o menos eso fue lo que pasó. Un paisano de Chantada, Pepe, sin ni siquiera apellido, no pudo convencer al banco para que le prorrogase el crédito que aún debía; ni al distribuidor de piensos para que le concediese una moratoria; ni soportar el que un litro de la leche de sus vacas valiese menos que uno de agua embotellada; ni la vergüenza del fracaso ante sus vecinos; e, impotente, fue viendo morir de hambre una tras otra a sus frisonas. Hasta no hace mucho –antes de entregar nuestra ganadería a los holandeses- en Galicia uno de cada tres habitantes era vaca. No sé en la India pero aquí, más que un animal sagrado, era un miembro más de la familia. Pues ni con esas. ‘¡Crucifíquenlo!’, bramaron ipso facto los ecologistas, aunque Pepe no viera por otras ubres. 
Cuánta falacia. Cuánta media verdad. Cuánto cinismo. Seres humanos ahogándose por centenares en las aguas del Mediterráneo, huyendo por millares de sus casas, muriendo por millones en las guerras, y los buenistas manifestándose indignados por culpa de la pesca con muerte en el Arnoya, o los antitaurinos por culpa de la lidia en la plaza de la Maestranza. Pobres de necesidad, de dignidad, de gobierno, muertos de hambre y desconcierto, dejándose la piel en coágulos, en girones, y en concertinas en la valla de Melilla, y el Seprona afanándose en rescatar al halcón de siete plumas coloradas, y los animalistas en curarle las alas a cualquier gaviota de áspera risa y malas mañas. 
 Que sí, que sí, que los animales también tienen derechos. Pero no juguemos sucio. No jodamos. Que puede que muchos estemos locos (enfermos en todo caso) y aun nos hayamos enterado de que vale más un caniche de diseño que un refugiado vulgaris. 
 Yo, por si las moscas –criaturitas de dios, las infernales-, ya no me atrevo a decir ‘¡marcha can!’; pero sí oigo decir por doquier ‘puto drogata’, ‘puto maricón’, ‘puto rumano’…

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