Opinión

Luis Catavís (cuento gallego)

Luis Catavís, copa de caña y copa de anís!”, lo mortificaban de pequeño los del pueblo. Él se enervaba. Era hijo de soltera, y aunque los amores del cura eran un secreto a voces, a su madre siempre la trataron con respeto. 
 Luis Catavís nace un año indeterminado en un pueblo del interior Galicia. Su vida es un enredijo de fracasos. Una de las primeras muestras de su infortunio ocurre cuando en la escuela les hacen estudiar a José Antonio Primo de Rivera; al terminar pusieron un examen: “¿Quién fundó la Falange?” Luis Catavís contestó: “Falangete”. Lo dejaron sin recreo. 
 Años más tarde, con ocasión de la visita del gobernador civil de la provincia, los tuvieron ensayando el “Cara el sol” un mes entero; el día de autos los mandaran vestir de domingo, los emperifollaron con banderitas de papel, y los apostaron en la plaza del Concejo. Luis era un zagal ya entrado en quintas. “¿A ver mozos –quiso saber el alcalde para cerciorarse de que no habría fallos- a quién estamos esperando?”. Todos a una exclamaron: “¡Al excelentísimo señor gobernador!”. Pero Luis Catavís rezongó a contra coro: “O gobernador, gobérname a min os collós”. Lo destinaron a Guinea. 
 Muere el “Generalísimo” Llegan las cleptocracias. Reverdecen como enredaderas los politicastros. Luis tiene alma radical; pero también necesita pasar con el tractor hacia sus fincas. Y viene un “falabarato”, de la Xunta, a dar un mitin. “Fai falla unha ponte nova”, le requieren los del pueblo. “Los políticos prometen construir puentes aunque no haya ríos”, decía Nikita Jruschov. En este caso hacía falta, el anterior lo dañara la riada. El “conselleiro” promete un nuevo puente si su partido gana las elecciones. Luis hasta se afilia. Y vota. Y gana “DD” (Democracia Demagógica).
 Al mes siguiente, entre una comisión de concejales, Luis se planta ante el “conselleiro”: “Vimos polo da ponte”, dicen. La secretaria, al principio, los torea: “Está de viaje”, “está muy ocupado”, “está en el Parlamento”... Y Luis, cada mes, con la diputación de parroquianos, como si nada: “Vimos polo da ponte”. “Ya están aquí los del puente -entra como cada mes, la secretaria al despacho del ‘conselleiro’-, qué les digo”. El “conselleiro” ya no sabe que decir, ahora está en otros asuntos de mayor calado. “¡Dilles que morrín!”, se desentiende. La secretaria les dice que está enfermo. Pero un mes pasa enseguida. El piquete, cachazudo, regresa erre que erre. Al fin, desesperado, el “conselleiro” los recibe. “¡Xa me tedes ata o carallo! -ríe jactancioso- ¡Vouvos facer tres pontes: unha para ir, outra para vir e outra para ir e vir! ”. Pero lo dice por decir, porque no dice ni siquiera cuándo.
 Luis piensa en cómo va a recolectar la próxima cosecha. El tractor no cabe por el puente. No tiene tampoco bueyes, la Xunta le obligó a deshacerse de ellos por exigencias de la “Unión –de mercaderes- Europea”. Y rosma: “Eu son fillo de solteira, non se confunda, vostede é un fillo de puta”. El “conselleiro” lo saca con cajas destempladas.
A mí este cuento me recuerda a lo del AVE.
Por cierto: las putas ya están hasta la ventosa de repetir que los políticos no son hijos suyos.

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