Opinión

Ilustre en el combate

Hay muchos Luises famosos: Luis Buñuel, cineasta; Luis Cernuda, poeta; Luis Beethoven, músico; Luis Lumiere, el inventor del cine; Luis Armstrong, el trompetista. Y el más conspicuo de todos, Luis Dorado Nápoles, mi último nieto.
Le pusimos Luis, sí, como su bisabuelo materno. Así de simple, así de corto, así de egregio: Luis: ‘Ilustre en el combate’. De origen germano, en Francia es un nombre muy insigne; fue llevado por 18 de sus reyes, entre ellos Luis IX el Santo, por eso los franceses son llamados “Hijos de San Luis”. Aquellos reyes dieron nombre a los ‘luises’, moneda de oro muy apreciada. Y en honor a Luis XIV, ‘El Rey Sol’, fue bautizado el estado americano de Luisiana.
El hábito no hace al monje, ni el nombre a la persona; mas, siendo moda todo lo que pasa de moda, los nombres que se ponen hoy en día mañana podrán sonar tan demodé como ‘ok MacKey’, ‘la cagaste Burt Lancaster’, ‘hasta luego Lucas’, ‘dónde vas Barrabás’ o ‘pa chulo mi pirulo’.
Desde luego no seré yo quien se entrometa en los gustos de ninguna familia a la hora de elegir un nombre  para bautizar al neonato, máxime teniendo en cuenta que ese nombre irá adosado a la persona para el resto de su vida. Además tocar la sensibilidad de los padres a la hora de poner nombre a los hijos es como tocar los cables de la electricidad: pueden saltar chispas ¡Ah, las familias, esas células generadoras de tensión! Pero es verdad que ciertos nombres son tan desconcertantes como un kebab en la cena de Navidad.
Al margen de Franco (Franco Battiato por ejemplo, el cantautor), de origen italiano, que denotaría por parte de mamá y de papá cierta añoranza falangista, algunos nombres son de una actualidad que se evapora como el amor al calor de la rutina: Cuántos Omar en la época del Doctor Zhivago, cuántas Olivia en la época de ‘Grease’,  cuántos Diego tras los mundiales de fútbol, cuántas Diana al final de los 90. Sin embargo, con dos mil años, Pedro resultará siempre rocoso, Manuel será el dios que está con nosotros y María conservará el dulce cariz de la maternidad universal.
A mí me pusieron Julio, en honor a mi abuela; mi esposa y yo se lo pusimos a nuestro primer hijo: y aquí estamos, tan campantes, tan actuales como Julio César imperator. Dónde quedaron las Yasmina, las Emma, los Tiago; dónde con ‘h’ de silencio las Samantha, las Deborah, los Jhonatan; dónde las Vanesa o los Kevin que jugaban con el ‘jame boy’. Las modas pasan. Si llevamos el nombre como una marca de época, puede trastocarse en un marchamo de decadencia o, peor, en un estigma. 
 Debajo de cada nombre va por fortuna una persona. Ahora, pudiendo llamarse Luis, por qué ponerle Noah. No me jodas.

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