Opinión

La deshonra de otro récord

España en precario, Europa en diferido, la democracia en entredicho, la investidura en veremos, la Administración de vacaciones, el rey adusto, la unidad de la Nación comprometida, el ‘procés marxant a tota hòstia’, el pueblo hastiado, los políticos tocándose (y rompiéndonos) las pelotas, y en -dejación de- funciones el Gobierno. Es el españolismo que todos llevamos dentro. Burla burlando ya van ocho meses delante. La deshonra de otro récord. 
 Nada hay tan desolador como la batalla ganada –dicen que dijo Wellington en Waterloo, al contemplar alfombrados de cadáveres los campos donde acababa de derrotar a Bonaparte-: a excepción de la batalla perdida. Y, en democracia, nada hay tan decepcionante como las mayorías absolutas -pretenciosas, opacas, abusivas- de los gobiernos de derechas o de izquierdas, elegidos casi siempre por un electorado a la fuga, salvo el empate entre políticos mediocres. Voces, en este caso, de un pueblo variopinto –nación de naciones, dicen que es la nuestra- que les ha votado huyendo de la corrupción (sobre todo de la falta de transparencia) y el tancredismo del anterior poder ejecutivo; y que a un tris estuvo de dar el ‘sí, quiero’ a unos cuantos ‘perro-sarna’, que no gobiernan ni dejan gobernar como aquel del hortelano, que no dejaba comer ni era vegetariano. 
 ¿Y ahora qué? ¿Quién ha ganado? ¿A quién se le da la enhoramala? A España, por desgracia. Pues resulta que habiendo ganado todos -porque todos iban contra quienes les votamos- nadie, como país, nos arrienda las ganancias. Ningún conflicto termina con la victoria, sino con el armisticio. Ganar no es liderar. Vencer no es convencer. Hegemonía no es sinónimo de buen gobierno. Hay que hablar, ofrecer, escuchar, ceder, pactar, desbloquear. Y gobernar, aunque sea mal. Si somos como nos piensan (o formamos parte al menos, ya que así interactúan con nosotros), nosotros por sus obras los juzgaremos; y si obras, y no buenas razones son amores, a estos cuatro animales de bellota, Plateros de pacotilla, cuadrúpedos de pensamiento, habría que molerlos a palos –con el garrote de la abstención por supuesto- si nos abocan, por tercera vez, a comparecer ante las urnas.
 Asco me da. Solo de pensarlo.
 Y nostalgia: nostalgia de aquel invento del señor Guillotin que, tratando de igualar sin distinción de rangos ni clase social la aplicación de pena máxima, cercenaba, por el bien de la Nación, seseras de revolucionarios o monarcas. Pues eso: lástima de guillotina para ajusticiar a estos bocazas hunde patrias que no se ponen de acuerdo.

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