Opinión

Da repelús

En serio, da repelús el ver en los platós televisivos a las estrellas -y luceros- de la mañana en manguita corta y enseñando canalillo conectar in situ con los becarios que mantienen apostados –y ateridos- en la cota de los mil quinientos metros para revelarnos la inverosímil primicia: ¡nieva en febrero! 
 Y no reparan en gastos –de sesudos tertulianos- para convencernos de que este extraño fenómeno se debe al “enfriamiento global” (en verano se deberá al “calentamiento” la proliferación de los incendios) a causa del incumplido protocolo de Kioto. Puede ser. Pero el caso es alarmar, exagerar, regodearse. El caso es el amarillismo azufroso conque intoxican la noticia que, a lo que se ve, es lo que incrementa las audiencias.
 Hace unos días nos abrasaban con el frío siberiano: Que si nevaba en Algete, que si la mínima se registraba en Boí Taüll, que si los termómetros de Calamocha y Candanchú bajaran hasta el mismísimo averno. Nada nuevo bajo el nimbostrato: “febrero febrerín: el más corto y ruin”, lo sabe todo quisque. Luego nos ahogarán con el desbordamiento de los ríos, en marzo y abril; y en noviembre, nos resecarán la sesera con la sequía de embalses y pantanos.
 Y mientras el clima sigue su ciclo natural (por cierto, la polaridad del planeta ya se invirtió dos veces y ni siquiera andaban por aquí los paisanos de Atapuerca), nadie repara en la tropa de becarios a los que, so pretexto de facilitarles el rodaje, aparcan a la intemperie ora en el puerto de la Bonaigua, ora en el malecón de A Coruña en pleno temporal, ora en el kilómetro menos 5 de cualquier autopista congelada para permitirles hacer una entradilla de segundos –eso en invierno- ; y en verano los acampan ante el chalet de cualquier personajillo hasta que consiguen del tal un carraspeo, un exabrupto, o una peineta –según la flema del conspicuo medio pelo- y con eso ya componen en las grilleras un cronicón que ríete tú del premio Pulitzer. A los más afortunados les pagan “por obra” –los infatigables freelance-; negreros de sí mismos; inmunes al desaliento; felices incluso en su infortunio ya que al trabajar en lo que les gusta, si fracasan se autoinculpan, o se avergüenzan de ser unos gilipollas.
 Ah, pero en tanto esa bandada de plumillas rebusca en basureros y braguetas, los directivos de las televisiones que los exprimen se reparten una cuota de millones mayor aún que la de los espectadores de prime time. Y eso no es todo, a esta frivolidad amarillenta le llaman libertad de expresión. Tiene cojones.

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