Opinión

El Conde que esconde

Llevé al todopoderoso Mario Conde en helicóptero cuando todo dios –menor- se le arrimaba. Aterrizamos en A Coruña -en la ciudad, quién coño iba a atreverse a la sazón a decirnos nada-; allí lo esperaba una cohorte de lambeculos mayor que toda la corporación municipal y dermoestética junta. Acababa de venderle a unos japoneses una fábrica de tubos, o de cables, o algo así –eso me dijo- y de ganar no sé cuántos cientos de millones. Ya era presidente de Banesto; ya tenía el culo pelado de andar en consejos de administración; junto con Juan Abelló, tras haber vendido Antibióticos S.A. a unos italianos, ya era milmillonario; ya había superado opas hostiles; ya era el mandamás de Petromed, de Unión y el Fénix y del Totta (un Banco que había adquirido en Portugal y que después le regalaron a Botín junto con todo el lote de Banesto); ya tenía un barco del tamaño de un portaaviones; ya Induráin se había pasado, y paseado, por el arco del triunfo con los colores del Banesto varios Tours; ya Banesto patrocinaba regatas, equipos ciclistas y corruptelas políticas; ya su presidente daba conferencias –siempre fue un poco brasas, todo hay que decirlo- en los más reputados foros económicos; ya era doctor honoris causa. Ya era dios. 
 Después vino Argentia-Trust, el escándalo y las tinieblas. Y, hecho hombre, terminó crucificado (lo metieron en Alcalá-Meco en vísperas de Navidad, para mayor escarnio). Y pagó por el pecado más común de los hombres: la ambición. Y descendió a los infiernos. Estuvo preso más que ningún político español (manda cojones) en la historia de la cleptocracia. ‘Ego te absolvo’, pensamos muchos. Había otros –banqueros, políticos y demás beautiful & robber people- bastante peores: Escamez, sin ir más lejos, que pagó a Filesa 204 millones de pesetas; y los Botín que, aún no hace mucho, regularizaron con Montoro sus millonarias evasiones. 
 La segunda vez que lo vi ya había resucitado. Ya escribía libros de respetable tirada. Ya opinaba en las tertulias con admirable criterio. Y ya había perdido sus esperanzas de hacer carrera política en Galicia. Aterricé en su pazo en A Mezquita. Él me invitó. Y lo volví a llevar en helicóptero. Yo lo invité a comer: ‘No me quedé con un duro’, me juró. Pero ya lo noté un pelín polichinela. Todo dios lo saludaba. Él con todo dios tenía una palabra, fácil, y una sonrisa, abstrusa. Era un show. Pero muchos volvían a hacerle la pelota.
Ahora vuelve a ser noticia. Triste. Por retornar la pasta escaqueada. Pero yo no lo critico. Ni lo juzgo. Líbreme mi condición de homus imperfectus. Y le concedo la presunción de inocencia, como a cualquiera. Y si lo condenan lo perdono. Por supuesto. Y que aquellos de los Panamá papers; de las tarjetas black; de los paraísos fiscales; de las amnistías (el paraíso más ‘fecal’ está en el Ministerio de Hacienda); de los discos duros machacados a martillo; de los Ausbanc y Manos Sucias (si es que se confirma la extorsión); de las empresas, bancos e infantas Cristinas que no los denunciaron hasta ahora (ellos sabrán por qué); de los que entregan a los ‘Sorias’ el Ministerio de Industria (la riqueza), de Energía (la subsistencia), de Turismo (la esencia) de nuestro país, tiren la primera piedra.
‘¡Paren el mundo, que me quiero bajar!’, decía Mafalda. Menos mal que yo, que vuelo, me puedo librar de vez en cuando de tanta mierda. 

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