Opinión

Los abrazos tampoco suenan

En el aire, con el índice, le escribo un verso: ‘Por una mirada, un mundo’. Es joven, es inteligente, es tímida, es un ‘fantasma de niebla y luz’ que diría Bécquer. Es flaca, la hipoacusia marida mal con los excesos. Entiende mi lenguaje a duras penas, sobre todo si al hablar no le dirijo la mirada pero es capaz de leer de carretilla en el silabario del alma. Vive en su mundo, todo lo observa, todo le interesa, todo le parece novedoso. Nunca le tiembla la voz, sino los gestos. No conoce la música, ni el susurro de un te quiero, ni el matiz de un ahora no. No piensa en ningún idioma. No tiene peros en la lengua. Sus palabras son siempre hechas a mano. No sabe ‘himnos gigantes y extraños’... 
 De la chistera de sus manos salen aleteando cientos de palomas mensajeras. Su lengua solo tañe carantoñas. Pero yo siento en mi corazón su voz. ‘Hija de un dios menor’ me va contando: Si no hay peor sordo que el que no quiere oír, vuestro mundo es un cencerro gigantesco. Llamáis mi atención para decirme obviedades, groserías; no respetáis siquiera mi silencio. No puedo hablar, pero no llevo un convento de clausura en mi interior. Callo pero no otorgo. Miro, os taladro el alma con los ojos, pero no con un alarde de desprecio, sino para entenderos. Nada me entra por una oreja y me sale por la otra. Nadie me recuerda que no tengo obligación de permanecer en silencio ante el tribunal de la sociedad que me ignora porque conmigo no puede a hurto cuchichear. ‘Por una sonrisa, un cielo…’
 Me observa, me examina, me muerde con los ojos. Afásico yo, ella en su estruendo sideral. ‘Por un beso, ¡yo no sé qué te diera por un beso!’, concluyo el poema del poeta. Tiembla, como en los labios del santo la oración, una expresión de misterio en su mirada. Se acerca. Mi inmovilismo no quebranta su osadía y, con litúrgico mutismo –los abrazos tampoco suenan-, deposita en mi boca un elixir almibarado y glorioso que ya quisiera para sí un dios. 
 Y yo le entrego un manojo de flores frescas.
 El ‘día internacional de las personas sordomudas’ acaba de pasar. Fue el 24 de septiembre. Pasó sin pena ni gloria, sin voz ni off, sin video ni audio en los noticieros televisivos. Y a mí, con la crueldad de un violador, me trajo a la memoria la falacia ad hominem de que, en mayor o menor medida, las hembras desean ser brutalizadas cuando son poseídas: ‘¡Muévete sorda de mierda!...’ Yo también te quiero Pepe’... Cuanta tristeza –de género, de abuso, de falta de empatía- puede suscitar a veces una chanza.

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