Opinión

¿Es posible el entusiasmo?

Ha cundido entre nosotros una sensación de impotencia verdaderamente destructiva. Afecta a personas, a grupos, a la sociedad.
Se diluye irremediablemente la perspectiva de un futuro atrayentemente fecundo. Prevalece imparable la incertidumbre de efectos negativos.
Abunda descaradamente una disgregación que alimenta un individualismo excesivamente invasivo. Y se bloquean los dinamismos más eficaces del encuentro personal auténticamente abierto.
No se cansan de apretar, reestructurar, recortar... porque, así lo aseguran, la situación se hace imposible sin esos elementos dolorosos. Saldremos, aunque nadie sabe cuándo. Cada uno a lo suyo, y no se ponen de acuerdo para bien de todos. De hecho, mandan descaradamente los intereses de grupo y de partido... ¡Así parece!
La cultura “progre” cede valores a beneficio de intereses no confesados. La cultura verdaderamente progresista, que cultiva la grandeza del ser humano, es astutamente marginada.
No quiero seguir más esta línea porque estoy profundamente convencido de que, a pesar de las apariencias y los intentos malvados, sobreabundan las realidades positivas y las personas de bien. Por eso, paradójicamente, emerge en mí pujante un entusiasmo permanentemente renacido. Prefiero ser un ingenuo marcado decisivamente por una esperanza firme con futuro realmente bienhechor.

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