Opinión

¿Gratuidad?

Las cosas están caras, ¡qué cosas digo!  Cada vez se hace más penosa y espectacular la distancia entre lo que cobramos y lo que tenemos que gastar, o gastamos aunque no tengamos que hacerlo. ¿Y cómo viven las personas que no pueden hacer frente a la hipoteca de su vivienda? ¿Y las familias que no tienen ningún ingreso y ya agotaron sus ahorros? ¿Y los que saben que ya no encontrarán nunca trabajo?
Cuando escribo esto o lo pienso, tengo una extraña sensación: ¡hablamos de estos problemas como si fuera lo más normal del mundo! Y cada uno, a lo suyo. Lo agravamos con la “crisis”, pero nos quedamos en acusaciones mutuas en vez de trabajar juntos para bien de todos.
Difícilmente entra en nuestro vocabulario de cada día la expresión “compartir”. Vivimos aferrados a las cosas como si en su posesión se nos fuera la vida en cada instante.
Nuestro ambiente se deshumaniza peligrosamente. Niegan algunos la condición de humano en los primeros instantes de nuestro proceso vital; niegan algunos la condición humana a quien está definitivamente deteriorado en los últimos momentos de su proceso vital; niegan algunos la condición de ser humano a personas destrozadas por el cruce implacable de intereses bastardos arrebatándoles inicuamente las posibilidades de vivir dignamente, incluso en pleno curso de su proceso vital
Y no faltan quienes pretenden justificar cualquier atropello. Priman intereses egoístas de personas y de grupos. Y no se repara en pisar y aplastar si fuera preciso.
Gastamos dinero, cosas, bienes, gastamos hasta la vida  ¿Con qué resultados? ¿Qué ganamos?  Desde luego, no dejamos resquicio a la gratuidad: no cabe en nuestro mundo consumista, no la aceptamos. Y así yugulamos una de las raíces más hondas y vigorosas de un humanismo auténtico, gratificante, el único que nos sitúa de verdad en el camino de la plenitud.

Te puede interesar