Opinión

viva la gente

Probablemente sea Pablo Iglesias uno de los pocos líderes políticos capaz de llenar hasta los topes el Auditorio de Beiramar. Nada fácil: casi 2.000 butacas en sesión matinal sólo para incondicionales. Que en Vigo son muchos. Iglesias tiene un discurso sencillo y directo, fácil de comprar y difícil de rebatir que se puede resumir en que él es el abanderado de los tiempos nuevos y mejores. Resulta notable que en tan poco tiempo haya adquirido algunas de las características propias del caudillismo, pero así es y el modelo funciona tan bien que la sensación que dejó es que hay miles de gallegos, vigueses en este caso, deseosos de entregarle el voto. 
Hay que reconocer también que el fenómeno Podemos ha tenido un par de virtudes. Una, que ha permitido canalizar buena parte del cabreo a través de una opción política que participa en las instituciones en lugar de en la calle. Se puede comprobar en la Muy Leal con el descenso en picado de la conflictividad. La otra, que ha servido como una especie de purgante.
Todos estos condicionantes, y un discurso trabajado, dan como resultado unos mítines de perfecta comunión, como los de Felipe González a principios de los ochenta, cuando todo estaba por hacer y el secretario del PSOE parecía tener las respuestas. Claro que las reiteradas llamadas de Iglesias a "la gente" también recuerda a los fuegos de campamento.
Pablo Iglesias no está de paso: ha llegado para quedarse, para liquidar a IU –ya lo ha hecho- y para convertirse en presidente con "la gente". Lo logró en Grecia su partido hermano, con los resultados conocidos, y espera conseguirlo él en España con su misma fórmula. Ayer en Vigo dio unas pinceladas de su mundo de fantasía: una especie de Estado protector que nos va a guiar con Iglesias al frente de la gente.  

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