Opinión

La autovía que no es fue ni es

La A-55 no es una autovía aunque así aparezca oficialmente. Ni por el radio de sus curvas, ni por la inclinación de la calzada ni por sus límites de velocidad, máximo 80 en la mayor parte del trazado entre Vigo y Porriño. No es más que una mala carretera desdoblada que hace años tendría que haberse convertido en una vía interna metropolitana y no en el principal eje de entrada a la Muy Leal. Recordemos: la A-55 concentra todo el tráfico desde Madrid y Portugal, con una intensidad media diaria en torno a 66.000 vehículos, muchos de ellos pesados, mientras la vecina AP-9 está vacía, con apenas 5.000. La sucesión de medias tomadas por Tráfico y algunas de Fomento han conseguido que aunque la A-55 continúe acumulando accidentes apenas hay heridos de gravedad ni muertos: hace 20 años se contabilizaban docenas al año y en cambio en lo que va de siglo se cuentan con una mano, prueba de las medidas adoptadas de controles exhaustivo han tenido éxito. Ya no es una carretera de la muerte, como se la denominó pero en cambio se ha convertido en un sucedáneo de autovía donde hay miles de multas y que no reúne condiciones para mantenerse como autovía a Vigo. Hace unos meses, el todavía presidente Rajoy anunció que el Gobierno iba a construir el tramo final de la A-52 -ésta sí, una autovía moderna y viable- que se quedó sin ejecutar, entre Porriño y Vigo, con un túnel desde los Molinos hasta la entrada a la ciudad y un coste estimado en 337 millones debido a que habría que construir un túnel para evitar las pendientes de Puxeiros. Ya sabemos que dicha idea, a desarrollar mediante un plan de inversiones extraordinario, se ha ido por el desagüe al redireccionarla el ministro de Fomento a través de los Presupuestos del Estado, cuya aprobación sería un milagro.

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