Opinión

En Pontevedra

Me sorprendía esta semana la defensa a muerte de una joven pontevedresa de la gestión de su alcalde, Miguel Anxo Fernández Lores, del BNG, a punto de cumplir 20 años al frente de la Boa Vila. El entusiasmo de la joven electora, que ha pasado casi toda su vida bajo el mandato de Lores, se extendía a la convicción de que en las próximas elecciones, octavas para el hoy alcalde -antes estuvo en la oposición, ocho años- iba a revalidar la mayoría absoluta. No me creyó cuando le dije que no la había conseguido nunca en su largo período como regidor, en buena parte sustentado gracias al apoyo de otras fuerzas. Hace ocho años se quedó al borde de la destitución, con el PP a un puñado de votos de la mayoría absoluta. El PSOE le salvó entonces y en otras ocasiones.
Hay que reconocer que Fernández Lores ha conseguido implantar un modelo de éxito, sustentado en reducir Pontevedra de pequeña capital a pueblo, con todo lo que ello significa: fácil para el paseo, sin grandes comercios, sin industrias y sin coches. Esta semana anunció que en el próximo mandato implantaría la velocidad de 10 por hora en algunas calles, que será poner punto final al tránsito rodado. 
Es un modelo que yo no querría de ninguna manera en Vigo: plantea la reducción al mínimo de la ciudad y descarta su crecimiento. Piensa en el aquí y ahora y se olvida del futuro; anula la instalación de grandes empresas y los visitantes chocan con dificultades para acceder. Es para y por los pontevedreses. Lores -de trato cortés y buen encajador de críticas- es médico pero dejó la profesión hace 20 años. En 2019, cumplirá los 65, así que ya no regresará a la medicina. Su profesión es alcalde y a los pontevedreses les gusta. Su legado, veremos en qué queda.

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