Opinión

Carnavales

El Carnaval se vive en Ourense, en toda la provincia, como un acontecimiento que no se limita a los días cinco o seis días que van desde el viernes al miércoles de ceniza sino que se alargan durante semanas, meses incluso entre los preparativos y las fiestas relacionadas que se celebran justo antes. Es quizá por muchos motivos el más importante del mundo tras el carioca, como mínimo a la altura de Venecia y superior a Tenerife, con elementos universales y de larga tradición, que se mantuvieron incluso en el gris franquismo, como los Peliqueiros, los Cigarróns o las Pantallas. Es real, popular, participativo, de abajo a arriba, y sucesor legítimo de las saturnales romanas, donde los esclavos eran señores por un día y viceversa. Es, en definitiva, todo lo que no es el Entroido vigués, presidido por el aburrimiento y el oficialismo. 
No se trata de algo de hoy, sino una enfermedad incurable que se remonta a la recuperación de la fiesta. La prueba es que Os Tarteiras, la más famosa de las comparsas, se mueve a su aire, fuera de los estrictos límites marcados para un carnaval organizado de arriba a abajo. 
La tristeza suprema que destila el desfile de los sábados -con el absurdo absoluto de su realización dos semanas más tarde de las fechas al haberse suspendido por la lluvia- sólo estaba superada por la incomprensible acumulación de personajes inverosímiles -Meco, Momo, Momiño, Rey y Reina- que llegaron a poblar una celebración que tendría que ser sencilla, y basada en un principio ético básico:  el desparrame y la crítica. 
Mañana viernes comienza la edición 2018 y el panorama suena conocido, con la falla del Meco para ir abriendo boca, o más bien para ir abriendo la boca. Continuará... 

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