Opinión

la panificadora

Alguien dijo que una sencilla pieza de barro no vale nada, pero si se entierra y se descubre dos mil años después no tiene precio. Algo así le puede haber ocurrido a la Panificadora, un edificio cuya ruina comienza a tener valor. Hace veinte años esperaba su demolición completa; hace diez admitía que podrían salvarse los silos por su curiosidad -y probablemente por su cierto parecido con una célebre factoría eléctrica londinense recuperada para uso cultural de la capital británica-  y ahora ya asumo que habrá que mantener la totalidad del conjunto.  Definitivamente es lo que tienen las ruinas, que ganan con el tiempo.
Porque la Panificadora, o lo que queda de la fábrica de Gómez Román, es sobre todo eso, una ruina completa que ha sido  muchas cosas sobre el papel a lo largo de al menos los últimos 30 años. En tres ocasiones otros tantos alcaldes firmaron convenios para su demolición total o parcial y la construcción en su lugar de viviendas, un centro comercial o dotaciones para la ciudad. Todos los proyectos fracasaron porque no era fácil poner de acuerdo a múltiples propietarios. El último que lanzó una idea parece que fue Karpin, quien en su gran momento como promotor -cuando adquirió el Barrio do Cura y otros edificios- se dirigió al Concello con la idea de hacerse con todo el entorno de la plaza del Rey para una actuación única.
Aquella propuesta tampoco pasó de los papeles. Ahora llega una iniciativa que no se pondrá en marcha mañana: el alcalde reconocía esta semana que necesitará varios años, quiza entre cuatro y seis, así que habrá que tener paciencia. A favor, que hay consenso y que cuenta con financiación garantizada por parte de Zona Franca, que está dispuesta a poner cuatro millones de euros y lógicamente, tiene sus ideas sobre qué hacer que tendrán que ser tenidas en cuenta porque quien paga, manda. Continuará.

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