Opinión

Una democracia coja

Si la corrupción y el desgaste por sus políticas no se llevan por delante al PP es, evidentemente, porque no hay alternativa. La alternancia no está garantizada a día de hoy en España, a expensas de lo que haga el PSOE a partir de sus primarias. Ni el PSOE actual es una alternativa consistente ni las dos fuerzas emergentes, Podemos y Ciudadanos, lo son. De serlo, tendrían que arrasar o, cuando menos, haber hecho algo similar a Macron en Francia.
El PP se salva de ese modo de ir a la Oposición, lo cual dificulta y demora su propia renovación. El día que tenga que abandonar el Gobierno comenzará a nacer el PP del futuro, ya sin todos sus implicados en la corrupción, que son cada día más.
Este escenario es novedoso en España, donde siempre funcionó la alternancia, primero entre la UCD y el PSOE y después entre el PSOE y el PP. El 15-M y la crisis trajeron consigo a dos nuevos partidos, uno en la izquierda del PSOE y otro en la izquierda del PP, pero a estas alturas parece confirmarse que ninguno de ellos está en condiciones de ser primera fuerza política. Dejando incluso al lado su moción de censura táctica, Podemos perdió su oportunidad al escorarse tanto a la izquierda y apartar a su sector más moderado, mientras que Ciudadanos carece de dimensión suficiente. No tiene masa crítica ni el catalán Rivera es el francés Macron.
Como el espacio vacío tiende a ser ocupado -ley física (y política) de obligado cumplimiento- la derecha y la izquierda tienen por delante el reto de renovarse y actualizarse. El PP soporta el lastre de la corrupción pero, en el fondo, no tiene problemas ideológicos: su política de centroderecha es la misma de siempre y la extrema derecha, parte de la cual anida en el propio PP, no constituye ninguna amenaza para el partido de Rajoy. Más difícil lo tiene el PSOE, que debe empezar por volver a unirse y renovar su mensaje socialdemócrata, seguramente en la misma clave que otros partidos similares en Europa.
Ante este estado de cosas, la democracia española cojea, pero sigue andando. Tal vez cuando veamos todo esto con más perspectiva nos parezca incluso normal dentro de la anormalidad de un país en crisis, que es capaz de recuperar sus niveles de producción pero no de igualdad. Puede parecer sorprendente a día de hoy, pero en realidad no sería descabellado pensar que la crisis política no es más que una crisis económica y social. La espuma contaminada de todo lo demás que está debajo.

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