Opinión

Pendientes de Alemania

La polarización del voto en torno a la extrema derecha y a la extrema izquierda en Francia es toda una amenaza para el gran proyecto de la Unión Europea -ambos extremos abanderan desentenderse de Europa- y también para España. Por una doble razón: España es miembro destacado de esa UE que se tambalea y tiene en Francia, junto con Alemania, a su gran socio comercial. Dicho en pocas palabras: la economía española no se entendería sin su relación con Francia. Por tanto, España se juega mucho en las elecciones francesas, pero tal vez hay otro país que se juega más: Alemania.
Suele acusarse -con razón- al populismo de derechas y de izquierdas de seducir a la gente con soluciones mágicas que no existen. Así sucedió a lo largo de la historia. Pero ello no es incompatible con analizar las razones que impelen a muchas personas, buena parte de ellas jóvenes, a dejarse llevar por esos falsos cantos de sirena. Algo habrá hecho mal lo que podemos llamar la centralidad política europea y francesa para que sucedan cosas así.
El riesgo político francés tiene remedio: apretarle menos las tuercas a la gente, algo que a día de hoy solo está en manos de Alemania. Si Berlín quiere, la política europea puede cambiar, de modo que la desigualdad no siga avanzando hasta excluir a mucha gente. No se trata tampoco de construir un discurso fácil, que le eche todas las culpas a Alemania y a Angela Merkel, pero sí de indicar dónde está la solución de fondo. Por supuesto que una nueva Europa deberá suponer esfuerzos y compromisos de todos, pero mal podrá empezarse por ahí si Alemania no revisa su política con mayúsculas.
Políticos y economistas socialdemócratas, entre otros de distintas tendencias, han aportado muchas ideas para recuperar el espíritu europeo que acompañó las políticas progresistas aplicadas tras la II Guerra Mundial. Así se construyó lo que hoy es la UE, sobre la base de un gran acuerdo entre Alemania y Francia. Entonces el enemigo parecía estar fuera: la Unión Soviética, que exigía un contrapeso en Occidente. Hoy el enemigo parece estar dentro y se llama: desigualdad. También se llama falta de oportunidades, pobreza, recortes, ajustes... ¿Y cómo puede llamarse el amigo? ¿Qué tal si le llamamos eurobonos y políticas keynesianas? Al menos para ir empezando a ver la luz que conduzca a la salida del túnel.

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