Opinión

Aquella primavera...

Pasó con la caída de la antigua URSS, que ocasionó sangre y divisiones por restañar en algunos países. Se les ofreció un espejismo de libertad y un mundo nuevo y vemos la situación de varios de ellos. Los resultados han sido discutibles. Lo mismo acontece con la llamada Primavera Árabe, que abrió expectativas y ahora observamos su dramática situación con fundamentalismos, luchas y el Estado Islámico que trata de dar la vuelta al mundo. Se fueron Gadafi, Sadam Husseim, Mubarak... pero lejos de arreglar aquella zona, la han convertido en un verdadero polvorín cuyas ramificaciones llegan hasta nosotros.
Todo comenzó en Túnez en diciembre de 2010 y Chomsky, filósofo estadounidense, considera que las protestas de octubre de 2010 en el Sahara fueron el punto de partida. Antes, las revueltas se habían caracterizado por golpes de estado militares, y la Primavera miraba a las revoluciones europeas de 1830, 1848 y a la caída del Muro de Berlín en 1989. Se derrocaron gobiernos en pocas semanas, negándose algunos a abandonar el poder y causando cientos de miles de muertos con la connivencia de Europa y apoyo de EEUU. La UE se reunió el 31 de enero de 2011 para decidir si apoyaba las revueltas populares y, si bien endureció su postura frente a Mubarak, abogó por una solución pacífica sin condenas. La Primavera costó casi 800.000 millones de dólares hasta 2014, y cuatro años después, varios países han vuelto al autoritarismo y están en plena descomposición estatal o en guerras civiles. Se pasó de lo malo conocido a lo peor por conocer; de la primavera, al más gélido invierno; con expectativas defraudadas, retroceso generalizado y miles de condenados a muerte
Yihadistas como el Estado Islámico, Frente Al Nusra, Ansar Al Sharia, Ansar Bait Al Maqdis, en la órbita de Al Qaeda, exacerban las tensiones sectarias en la región. Se violan derechos humanos y persiguen libertades públicas. La igualdad de género es una quimera y todo el que disiente es perseguido de manera brutal. Se instrumentaliza la religión en propio beneficio. Milicias armadas y grupos yihadistas se apoderan de territorios, imponiendo "su" interpretación del Islam, persiguiendo a las minorías religiosas y obligando a cinco millones de iraquíes a abandonar sus hogares por una guerra sectaria. En Siria, nueve millones de personas, la mitad de la población, se han convertido en refugiados o desplazados internos; se practican crímenes de guerra que ya cobraron 225.000 personas. En Iraq, secuestros, extorsiones y ejecuciones a veces en connivencia con el poder central. 
El Estado Islámico controla ocho provincias sirias e iraquíes con cinco millones de personas, tratando de restaurar un califato con prácticas que comprenden flagelaciones, amputaciones, crucifixiones, torturas y ejecuciones sumarias a sus enemigos y a quienes beben alcohol, cometen adulterio o roban. Se queman templos y matan cristianos como en Quaragosh donde degollaron a miles. El yihadismo se expande reclutando juventud, y su expansión ya llegó a Europa. Existe intransigencia religiosa, política e incluso cultural destruyendo museos patrimonio universal. Increíble lo que está ocurriendo con las comunidades cristianas vilmente asesinadas mientras el mundo sigue mirando a otra parte. Se clamó cuando lo de París y ahora, siendo incluso infinitamente más, nada dicen aquellos que salieron a la calle a protestar justamente. Los intereses económicos mueven el planeta olvidando defender lo humano y justo. Clamoroso el silencio ante tanta masacre. 
El mundo, llegada la primavera árabe, ¿está mejor? Lo dudo. Se anhela paz pero nunca la de los cementerios sino la que brota del diálogo, mientras desgraciadamente, los ideales se basan en el tener, y la fuerza de cualquier signo.

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