Opinión

No es ciudad para viejos

No será la primera vez que aparece un artículo sobre los pormenores de los mayores para pasear por la ciudad como peatones aunque debido a la orografía es de suponer que subir o bajar cuestas puede ser un impedimento hasta para los más pequeños. No; me refiero más bien a los tiempos modernos en el que vivimos en donde vemos como las nuevas tecnologías de comunicación han invadido las aceras con peatones, generalmente jóvenes que están más atentos en ver como sus dedos bailan sobre la pantalla de un móvil que en darse cuenta de que están por tropezar con un geriátrico que ya se protege con su bastón, atento a la colisión. Gracias a las humanizadas y anchas aceras la proliferación de terrazas de cafeterías se multiplica cada día e incluso dan la impresión que compiten entre ellos a ver cuál tiene más mesas expuestas por metro cuadrado para entrar en el Libro de Guinness. 
Es obvio que el espacio para el peatón se convierte en una pequeña vía de paso esquivándose las palomas, gaviotas y de vez en cuando el camarero con el pedido o para entregar la factura al comensal. ¡Y ojo si hay un perro debajo de la mesa que de repente entra en conversación con uno que este de paso; perdón por la redundancia pero comienza la Verbena de la Paloma! Entremos en este epígrafe. Es curioso pero los perros que andan sueltos, salvo el pastel de caca que deja alguno mientras el dueño mira hacia el norte no son los más peligrosos para un octogenario en su paseo matutino. Más bien son las mascotas que están conectadas a su patrón o patrona por una correa de esas extensibles que sin tocar el claxon con un ‘guau guau’ el canino de repente atraviesa de un lado de la acera a otra a oler la farola de turno mientras la señora que sufre de osteoporosis y está a punto de llegar a la meta como el atleta Usain Bolt, vuela por los aires al tropezar con la misma. Después están los chavales con monopatines. 
Desde que Vigo es sede mundial de las acrobacias de los más adeptos durante la fiesta del  Marisquiño, al igual que los peinados y los tatuajes no hay un joven hoy en día que no está practicando todo el año por las aceras de la ciudad. No pasa nada, tiene todo el derecho pero hay sitios que ya son territorio Comanche, como el espacio al lado del edificio de la Xunta que abundan como la avispa asiática. No hay anciano/a que se atreva a cruzar esta zona. Aún quedan los ciclistas, los moteros y las furgonetas de reparto. Por ejemplo, si trata de llegar un señor o señora mayor desde la Puerta del Sol, por la calle Elduayen hasta el Paseo de Alfonso es una verdadera carrera de obstáculos. Si no le atropella el chaval con la bici -y sin usar casco- tropieza con el mar de motos aparcadas o le embiste un repartidor de bebidas que sale del Casco Vello tiene suerte y puede ver la hermosa Ría de Vigo. 
Hay personas mayores de todo tipo. Están desde los que aún son ágiles y pueden anticipar los obstáculos movibles - uso un término golfista - incluso alguno haciendo jogging hasta los menos vulnerables minusválidos en una silla de rueda que ya están protegidos como el comandante de un tanque Sherman en la II Guerra Mundial. Los que más sufren son los verdaderamente frágiles, con bastón o muleta y que apenas pueden caminar. ¡Y hay un ‘milleiro’ de ellos!

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