Opinión

Historiadores contemporáneos

No me refiero a los relatos, biografías y libros sobre la historia de España desde el siglo pasado. Más bien son los de la Muy Leal que generalmente reflejan, a base de fotografías y artículos la nostalgia de muchos gallegos/as, pero nunca de un forastero que llegó aquí a la temprana edad de 19 años y que le cambió el destino de su vida para siempre. Esto es pues, el resumen de los primeros recuerdos de hace 60 años. Marzo 1957. Llego en el ‘Alcántara’ de la Mala Real Inglesa al puerto de Vigo con maleta y la bolsa de palos de golf (Celia Barquín QDEP). Los ‘grises’ de la aduana no saben lo que son, pero me dejaron entrar al país. Me recibe un inglés del Cable Ingles y me lleva a la finca enorme al lado del Castro. Comienzo a trabajar. 
Mi amigo Manolo Merino, que estudiamos juntos me introduce a la sociedad. Pronto hago amigos gallegos, vuelvo a hacer atletismo en Balaídos donde conozco al olímpico, Manolo Pérez. Me uno a otra pandilla para jugar rugby. En esa época había 150.000 habitantes y tranvías, con el de Baiona que se cogía en la calle Uruguay. Para conocer chicas estaba el Grimpola, Jardín Park o la burguesía del Club Náutico. Para más salsa estaba el Fontoria y el Brasil estilo ‘Cabaret’. Hacia turnos de guardia en la oficina de Correos y Telégrafos en Reconquista, nos traían desayuno de la cafetería ‘Méndez Nuñez’ o cerveza del bar ‘Pasillo’, única de barril en la ciudad. 
En la calle Carral estaba el restaurante ‘Nuevo País’ donde cenaban los ingleses. Por mi parte lo hacía a veces con mi amigo Manolo en el ‘Cendon’ en el sótano del Fraga. Bistec de Moaña y vino por 22 pesetas. Con otro gallego de la oficina jugaba al domino en el bar del ‘Alba’ al lado del teatro García Barbón. Pronto me acostumbre al marisco de la Ría y el blanco Ribeiro o tinto Rioja ‘Paternina’. No había policías, pero si guardias de tráfico. ‘Manolito el Guapo’ era uno en la esquina de Policarpo Sanz y Velázquez Moreno. Conocí a Manuel Castro, el vendedor de periódicos de la pirueta. Estaba el buceador John Potter buscando los tesoros de Rande. Llegaba a las 3 de la mañana con un par de fulanas a la oficina a mandar su informe por cable. En los carnavales del Náutico conocí a mi futura mujer. Ella disfrazada de presidiaria y yo como ‘James Dean’ aunque el conserje del club al principio no me dejo entrar. Pronto nos hicimos novios.  Merendar por la tarde o cine, Tamberlick, Odeon o Fraga, y playa en el verano. Un día fuimos a nado a la desierta isla de Toralla. Era la época de ‘mírame y no me toques’ y como en ‘Cuéntame’, a casa a las 10 aunque yo no entendía por qué. 
A veces aparecía en su casa por la mañana después de la guardia de noche. Sus padres no sabían qué hacer. Un día se fueron a la aldea. Cogí unos días libres a quedarme en el pueblo. Nos bañamos en el Tea. Participe una noche en la fiestonga del aguardiente. Un día los del rugby formamos un grupo de atletas y nos fuimos a Madrid a los Juegos Sindicales. 17 horas en autobús. Nos quedamos en el hostal ‘Mieres’. Gane el salto en longitud y el 4x100 metros por la provincia de Pontevedra. Recibo el llamamiento a las filas del ejército argentino y en noviembre de 1958, con 20 años me voy de Vigo. Le propuse matrimonio a mi novia y dos años y medio más tarde nos casamos por poder.

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