Opinión

Gran Caimán y Panamá

En marzo de 1971, cuando el Cable Ingles ya había cerrado sus puertas definitivas en Vigo, la empresa me destinó a la isla de Gran Caimán como director de un equipo de ingenieros a instalar el sistema de un cable submarino telefónico entre la isla y Jamaica. Era analógico ya que aún no se habían inventado los cables digitales de fibra óptica. Su capacidad máxima era de 120 circuitos de voz, algunos convertidos para la trasmisión de datos. Caimán era entonces una isla visitada generalmente por turistas americanos, algunos empresarios y los trabajadores jamaiquinos de la construcción. Había un vuelo diario a Miami, uno a Kingston, y otro, dos veces a la semana, a San José ya que la aerolínea era de la empresa LACSA de Costa Rica. Otro avión, un DC3 cubría las rutas a Caimán Brac y Pequeño Caimán las islas que completaban el trío de la colonia británica. 
Gran Caimán en esa época, no tenía cadena de televisión, ni radio, ni cine excepto uno de esos al aire libre; solo un periódico semanal con noticias locales. No existían hoteles de las cadenas internacionales y los que había eran locales. Uno en particular, el ‘Beach Club’ ocupaba gran parte de la famosa playa de las siete millas con enormes bungalós individuales en la misma playa. Había un acoso constante de masas de mosquitos que invadían inesperadamente al atardecer la zona urbana incluida al pequeño pueblo de la capital de Georgetown. 
Un grupo de científicos británicos estudiaba el fenómeno, luego salían de emergencia con su Land Rover fumigadora a tratar de aniquilarlos. En una de las puntas de la zona de West Bay había una piscifactoría, hoy famosa, de criadero de tortugas, y por último, naturalmente, un grupo pequeño de bancos, empresas de seguros y bufetes de abogados. Al ser una colonia británica, si uno era del Reino Unido o de los países de la Commonwealth, incluido Canadá no necesitaba permiso de residencia. El turismo era principalmente submarinistas de los Estados Unidos, ya que las cristalinas aguas azules, la virginidad de la flora y fauna marina, y el inmenso arrecife de coral eran impresionantes, sin olvidarnos de las actividades acuáticas y numerosas playas cuasi desiertas para bañarse en toda la isla. 
Mi familia llegó unos meses después ya que los niños aún estaban en el colegio. Pronto se adaptaron a la vida de ‘náufrago’. El Cable había construido un pequeño recinto residencial de seis bungalós, con acceso directo a la playa. Nos hicimos socios del club de submarinistas y entre otros ingleses formamos el primer equipo de rugby de la isla. Llegó el día de la inauguración del cable. El salto cuantitativo gracias a un sistema de telecomunicaciones ultra moderno de la época fue recibido, especialmente por el mundo financiero con aplausos y champan. Pronto llegaron más bancos, asesores empresariales y abogados. Durante casi tres años fui jefe del departamento internacional y siento admitirlo, pionero en introducir las islas al mundo de los paraísos fiscales. El resto es historia. ¿Y Panamá? En 1994 el Cable nuevamente me destina como gerente de Centro América afincado en este país porque el gobierno panameño estaba en el proceso de privatizar a Intel, la empresa telefónica. Durante un año y medio a base de buenos contactos y sesiones de marketing conseguí que las autoridades y la sociedad panameña conociera la empresa. En 1996, el Cable Ingles ganó la licitación y hoy es la operadora de un país que desgraciadamente está en el punto de mira como otro paraíso fiscal. 
Por cierto, mi única afiliación económica, en ambos casos, era una simple cuenta corriente en un banco local.

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