Opinión

El reloj

Cansado de escribir sobre el Brexit, aunque hay tela marinera para cientos de capítulos de aquí al infinito, o las gestiones de nuestro Concello, especialmente la económica, ahora que hay superávit. Da la impresión de que las calles humanizadas están pavimentadas con colchones. He decido hacer un pequeño cambio. Esta vez sobre un hecho real. En 1876, Henry Clay Work, un autor británico, compuso una pequeña canción infantil, ‘El Reloj de mi abuelo’ con un ritmo de música de banda militar muy de moda en esa época. Pero lo más significante era la letra de la canción que ha perdurado y sigue siendo popular dentro de varios círculos de la ciudanía, sean escuelas infantiles u hogares de geriátricos. Cuenta la historia, desde los ojos de un abuelo que, al comienzo de su vida, sus padres, para celebrarlo, compraron un reloj de salón y durante los próximos noventa años funcionaba perfectamente. 
Sin embargo, el reloj comenzó a detectar de manera escalofriante los alti-bajos del abuelo durante el trascurso de su vida. Tocaba veinticuatro veces las campanas cuando el abuelo se casó. Al acercarse su fallecimiento el sonido cambio a con tono de exorcista. Al final, con la muerte del abuelo, el reloj cesó de funcionar para siempre. Ha sido tan famoso la historia que la definición en el Diccionario Ingles de Oxford de un reloj de salón se llame ‘El reloj del Abuelo’. 
Pues esta leyenda la hemos vivido en nuestra propia familia, y vaya a saber cuántas más han experimentado algo similar en la tierra de Breogan. Mis suegros se casaron durante la II Republica del siglo pasado. Tuvieron dos hijos, mi cuñado y mi mujer. Vivieron los horrores de la Guerra Civil, incluido una amenaza de muerte a mi suegro, la época de hambruna de la postguerra y la dictadura. Pero solo mi suegro pudo disfrutar de la democracia al morir mi suegra un par de años después de la transición. Al casarse, habían comprado un pequeño reloj similar, pero de pared, no muy lujoso, más bien simple. Era de péndulo con dos cuerdas, uno para las campanadas y el otro para su funcionamiento. Una campanada a la media hora y las otras indicando la hora. Al fallecer mi suegra mi suegro se fue a vivir con su hijo ya que nosotros aun estábamos en el extranjero. El piso quedo vacío. 
El reloj, que ya estaba bien establecido como pensionista permaneció parado hasta que volví y mi suegro volvió a vivir con nosotros. Lo primero que hice era darle cuerda al reloj y, sorpresa. ¡Revivió! Pero un par de años más tarde comenzó a sufrir de la gripe y se paró. Mi suegro me sugirió que lo guardáramos en el trastero porque ya no servía. ¡Ni hablar! Encontré un relojero que se dedicaba a reparaciones y después de un mes de prueba estaba como nuevo. Ahora llega lo mejor. A medida que mi suegro envejecía el reloj comenzó a funcionar de una manera rara. Las campanadas, roncas, dejaron de estar sincronizadas y cada vez que le daba cuerda, unas veces adelantaba y otras retrasaba. Al poco tiempo, con edad ya muy avanzada mi suegro falleció. ¿Y el reloj? Hecho un desastre. Pero hay un final feliz. Lo volví a llevar a la misma relojería, que por cierto el relojero había fallecido pero un familiar igual de mayor lo aceptó. Esto fue hace un mes. Fui a visitar al viejo cacharro y me informa la relojera que ya está operado pero que está bajo observación en la UVI. Este año cumple 85. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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