Opinión

El dilema de la integración

Es casi imposible escribir una opinión en cualquier medio de comunicación que no sea con referencia a la actual situación europea que ha cambiado dramáticamente desde que se perpetraron los atroces ataques jihadistas en Paris. Había pensado en todo tipo de artículos pero en mi mente solo daban vueltas las imágenes horrendas del atentado, en especial en el que se ven jóvenes desesperados huyendo de la discoteca Bataclan mientras unos desalmados descargaban sus Kaleshnikovs contra todo ser viviente dentro de la sala que trataba de huir de la barbarie. 
He leído y escuchado todo tipo de comentarios y análisis en discusiones, tertulias en la televisión y lógicamente en los periódicos. Todos han opinado, han presentado razones, soluciones, culpas, profanaciones pero con la misma pregunta: ¿Por qué? El variopinto grupo de personas van desde los más ilustres catedráticos a los expertos en historia medieval pasando por los políticos sabiondos y llegando hasta los mismísimos musulmanes residentes en el país. Lo que está claro es que realmente no existe una verdadera razón clara que justifique la barbarie de este grupo del sector musulmán que probablemente heredó el sistema de ataque de Al Qaeda y lo intensifico con imágenes macabras de todo tipo de asesinato atroz como hemos visto en la televisión. Sin embargo, si uno amplifica esta hipótesis a todo ser humano que es arrancado de su ambiente por las razones que sean y se traslada a otro lado del planeta totalmente ajeno a su acostumbrado sistema de vida ocurre lo mismo. 
Pienso en los cientos de miles sino millones de españoles, especialmente gallegos que emigraron durante años y se encontraron con un ambiente y vida totalmente ajena a sus propias costumbres cotidianas. Los que se fueron a las pampas argentinas o al calor del norte del continente por lo menos tuvieron la suerte de poder comunicarse en el mismo idioma. ¿Pero las generaciones siguientes que cogieron rumbo a la Europa fría y hasta hostil? Había que aprender, a la fuerza el inglés, el alemán o el francés, acostumbrarse a los distintos horarios, la hostelería y lo más duro, ser aceptado por la ciudadanía del país. A otros países con emigración les pasaba lo mismo, los europeos en ruta a USA, los ingleses, holandeses, franceses a sus colonias para dar ejemplos. En la mayoría de los casos los emigrantes europeos formaban sus propios grupos dentro del país como fueron el caso de los gallegos en Sudamérica llevando incluso su propia cultura o el caso específico de mis padres en Argentina. Aunque nací en Buenos Aires no aprendí el idioma castellano hasta que fui al colegio. Así de segregado eran algunos emigrantes. Como dice el refrán, ‘Dios los cría y ellos se juntan’. Sin embargo, al pasar los años los hijos y los nietos se adaptaban muy bien hasta convertirse en verdaderos integrantes de la sociedad en cuestión. 
El orgullo era igual como ciudadano ‘nativo’ como la presunción de descendencia europea. Temas como la política, la religión, la educación, la misma gastronomía y lo más importante la democracia bajo un estado de leyes era en general similar que el resto del mundo occidental. Siempre prevalecía el respeto a las costumbres locales. Pero el caso de los emigrantes musulmanes no es igual. Solo hay que considerar las estrictas normas relacionadas a la familia - prohibido el matrimonio fuera del Islam, falta de igualdad de la mujer – y luego la supremacía de la ley Sharia sobre la democrática. El artículo del jueves en este periódico del ilustre Fernando Ramos ‘El fracaso de la integración de los musulmanes’ es quizás lo más acertado de todos los argumentos.

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