Opinión

Destino Cuba

Mi primer contacto con Cuba fue cuando estuve estudiando en la escuela de ingeniería del Cable Ingles en Cornualles, Inglaterra en los años 56/57 del siglo pasado. Uno de los estudiantes extranjeros que se llamaba Rodríguez era un mulato que medía 1.90, de unos veintitantos años procedente de la Habana. Era un tipo dicharachero que se conquistaba las chicas del pueblo de Penzance. Al acabar los estudios él se marchó para su isla y a mí me destinaron a Vigo. Luego de un año y medio, después de disfrutar de las delicias de Galicia, con novia incluida la empresa decidió trasladarme a Cuba. Era a finales del 1958. ¡Ah! Justo cuando me preparaba para marcharme, entre llantos llegó la orden del gobierno de Argentina a que me presentara al año siguiente para cumplir con mi deber del servicio militar. 
El Director en Vigo inmediatamente mando un cable a Londres. ¿Qué hago con este empleado? Decía la nota. Como al Cable no le convenía tener a uno de sus jóvenes oficiales con orden de captura por incumplimiento de la ley, en este caso el argentino, cambian mi traslado para Buenos Aires. En enero de 1959 estoy bien instalado en Campo de Mayo, fusil en mano en marcha ligero cumpliendo con mi deber exactamente al mismo tiempo que comienza la revolución cubana. El siguiente contacto que tuve con los cubanos fue en 1973 cuando estaba de director de operaciones internacionales del Cable en la isla de Gran Caimán. Era una época cuando la modernización estaba en su infancia y recién comenzaba la era del paraíso fiscal. Un día apareció en el puerto un barco pesquero lleno de impactos de ametralladora con unos 100 refugiados de Cuba. Milagrosamente se había escapado sin víctimas de la ya instalada dictadura de Castro. Como la ley internacional los consideraba refugiados tenían derecho a residencia mínima de 5 años. Naturalmente había que darles trabajo y entre los cubanos había de todo tipo de profesional. Mi departamento ofreció 3 puestos y al darse cuenta que hablaba su idioma me contaban sus penas de haber dejado la isla. Pero lo que más les sorprendió fue cuando cobraron su sueldo a fin de mes. ¡No sabían qué hacer con tantos dólares! Pasaron más años, me había jubilado en Vigo disfrutando de mí familia y la vida pacifica de Galicia. 
En 1993 me vuelve a contactar el Cable para viajar a Cuba y actuar como interprete ya que había una posibilidad de invertir en la empresa estatal de telecomunicaciones. Por cierto, al comienzo de la era de Castro el Cable seguía funcionando como empresa privada incluido con un cable conectando con Miami. Ahí me marche con un equipo de expertos de Londres y por primera vez pise tierra en la isla y podría decir que por fin llegue a conocer a los cubanos. Los contactos eran al más alto nivel ya que lo dirigía el Presidente de la Telefónica de Jamaica, amigo personal de los de Cuba. Nos quedamos en el Hotel Nacional y la primera entrevista era con el entonces vicepresidente del Consejo de Ministros, el ‘gallego’ José Ramón Fernández, que por cierto era descendiente de asturiano. Luego siguieron decenas de reuniones durante varias semanas con funcionarios de la empresa estatal. Durante las horas de ocio pudimos disfrutar de lo que ofrecía el país a los turistas como paseos por el malecón, mojitos en ‘La Bodeguita’ de Hemingway y naturalmente un viaje a Varadero. En esto llego mi mujer a pasar una semana de vacaciones. 
Además de los funcionarios pudimos contactar y hablar con muchísimos cubanos que nos contaban sus historias. Al marcharme mi impresión fue mixta. Un país oprimido pero con un pueblo tranquilo.

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