Opinión

Adiós Reino Unido

Después de unas sesiones agitadas, el parlamento británico voto con mayoría y sin enmiendas a la ley que permite al gobierno involucrar el artículo 50 del Tratado de Lisboa del 2007 y mandar a hacer puñetas a la Unión Europea. La libra volvió a subir, los pubs estaban llenos con cientos de miles de borrachos bebiendo pintas mientras otros, los ciudadanos europeos residentes cerraban sus puertas por temor a un escrache: ‘¡Fuera emigrante!’ Solo falta la futura visita de Donald Trump para que llegue y los felicite, prometa una relación súper especial de negocios y todos felices y a comer perdices. 
Aunque la fecha de firmar el divorcio es marzo aún tendrá que pasar dos años antes de que cierren las fronteras y pongan guardias de asalto para frenar esa avalancha ficticia de ‘seres indeseables’ como tilda la prensa británica a los ciudadanos del otro lado del canal. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ya no es el país de Churchill en el que me eduqué, trabajé y dediqué la mayor parte de mi vida. La última vez que lo visité fue en el 2014, a la ciudad de Manchester para recibir un premio literario por mi novela sobre Argentina durante el período del peronismo y la ‘guerra sucia’. Había viajado por tren a Bilbao para coger el vuelo directo y en el momento de bajar del avión a presentarme a la emigración ya me entró la cólera. 
Con pasaporte británico en mano un energúmeno de unos pocos años, con una educación de los barrios bajos no solo me hizo sacar las gafas (nunca me pasó en otras ocasiones) que luego me preguntó porque no viajaba con pasaporte argentino. ¡La madre que te pareo! Cuando por fin llego a la recepción del hotel nada menos que en el casco viejo de la ciudad, una empleada me habla en un ‘ingles’ que no entiendo. Y no por ser el acento del norte de Inglaterra. Era de otro parte del mundo. ‘No le entiendo,’ le dije. ‘por favor repita.’ Ya en la habitación, pongo la televisión y me sale un canal ‘directo’ de Arabia Saudí y en árabe. ¿No tengo nada contra los árabes pero un medio de comunicación árabe en el corazón de un hotel en el Reino Unido? Resulta que era el hotel donde se hospedaba la tripulación de la aerolínea de Paquistán. Salgo a dar un paseo. Suciedad y grafiti por todos lados. Miro alrededor. ¿Dónde están los ingleses? A la mañana siguiente quise desayunar a lo inglés. ¡Que va! Un bufete con huevos fríos, bacón como suela de zapato y salchicha de piedra. Me dan el premio. ¡Por fin otros ingleses escritores! 
Al volver y pasar por la seguridad en el aeropuerto, como tengo una prótesis de cadera un hijo de su madre soltera me dio el tercer grado. Durante por lo menos 10 minutos me hizo sacar los zapatos y el cinturón antes de darme el visto bueno para coger el avión. Aquí no termina la historia. Ya en Bilbao, casi hice como el Papa a besar tierra española. Como viajaba por tren al día siguiente, me fui de tapas en el casco viejo. Esa noche jugaba el Athletic contra el Sevilla. Entre festín de boquerones y tinto lo pase pipa. Por cierto me olvide de contar que a la ida, al estar unas 24 horas en la ciudad fui a visitarla, al museo de Guggenheim y sacar fotos del enorme gato de flores que le hace competencia a nuestros dinosetos. En fin, me sentía en casa. Continuará…

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