Opinión

Reforma federal y reforma del Estado

Es bien sabido que en Alemania, los dos grandes partidos sacaron adelante  una necesaria  reforma del modelo territorial buscando la eficacia del sistema, teniendo para ello que acometer una serie de cambios y transformaciones que el tiempo y la experiencia  aconsejaban urgentes e  imprescindibles para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Se trataba de medidas presididas por el sentido común, el sentido del equilibrio, el respeto a la tradición del modelo y, por la búsqueda de lo mejor para los habitantes de ese gran país que es Alemania. Para alcanzar estos objetivos, los líderes políticos enterraron sus legítimas posiciones para sellar un acuerdo en el que quienes ganaban eran los ciudadanos y, por ello, los propios partidos suscriptores del acuerdo, aún cuándo realmente las renuncias fueran relevantes o significativas. 
En síntesis, el acuerdo partía de la necesidad de actualizar el modelo federal, de manera que el Estado disponga de los poderes y las competencias necesarias para cumplir cabalmente su tarea y los Estados federales, por su parte, de los cometidos y funciones que le correspondan para, igualmente, estar a la altura de las circunstancias. Para ello, fue menester acabar con el bloqueo sistemático del Bundesrat, residenciar en los Lander las competencias más conectadas a la realidad y al interés general concreto, dejando en manos del Estado las competencias que hacen a la determinación de las políticas públicas de mayor alcance en materia, por ejemplo, de solidaridad y equidad.
Si algo nos enseña el ejemplo alemán es que no pasa nada porque el Estado, si es que así se  incide positivamente en el bienestar integral de los ciudadanos, reasuma funciones que en manos de las Comunidades no producen el resultado deseado en términos de mejora de condiciones de calidad de vida. Igualmente, tampoco nadie debiera escandalizarse porque competencias ahora del Estado puedan pasar a las Comunidades en virtud del principio de  subsidiariedad y de eficacia. 
El modelo constitucional diseñado en 1978 ha rendido grandes resultados. Es innegable. Pero también es innegable que partiendo de sus elementos configuradores, debe continuar propiciando la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Y, para ello, en las reformas por venir no se puede olvidar que los sistemas jurídicos y políticos se justifican en la democracia en la medida en que se abren al bienestar integral de las personas, no al de los dirigentes políticos. Así de claro.

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