Opinión

Ética y política

Las diferentes encuestas, sondeos y consultas que encontramos acerca de cuáles son los problemas reales de la sociedad española suelen coincidir, sea cual sea su origen o procedencia, en tres  puntos. Primero, que el principal problema que tenemos en España es el paro. Segundo, que el grado de desafección de los ciudadanos en relación con los políticos, y con la actual forma de estar y de hacer política, es cada vez mayor y no para de crecer. Y, tercero, los partidos políticos, por algo será, son las instituciones más corruptas y desprestigiadas de todas cuantas son examinadas. La tendencia se mantiene desde hace unos años, agudizándose, es lógico, durante la crisis integral que estamos sufriendo en tantos países del mundo, también, claro está, en España.
El 20-D, quien podrá dudarlo, certifica el ocaso, el desplome de la vieja política, entendida esta como el manejo de la cosa pública en función de los intereses partidistas o de la conservación del poder. Ahora, los millones de votos que han cambiado de partido, junto a la todavía abultada abstención –sigue siendo la opción mayoritaria-, manifiestan a las claras que las cosas ya no pueden ser igual que antes y que es tiempo ya, aunque parezca mentira, de volver a democratizar nuestra democracia, presa, por parte de los partidos tradicionales, de un esquema burocrático y tecnoestructural que termina por provocar la reacción libre de la sociedad en unas elecciones como las del pasado 20-D.
En otras palabras, la actividad política, tal y como se practica, esperemos que ahora cambie, en este tiempo por estos lares, no merece más que reprobación por parte de una mayoría relevante de  ciudadanos. Es verdad que no todos los políticos, ni mucho menos, son acreedores de tal calificación. Sin embargo, el sistema político que tenemos, que podía haber sido razonable al principio de la transición, hoy se ha tornado  en una fábrica imparable de corrupción por la sencilla razón de que  muchos de quienes se dedican a esta noble actividad, o no disponen de  una posición profesional sólida o han cedido a la tentación del mando por el mando, del dominio por el dominio, que no pocas veces adquiere tintes de adicción con las consecuencias que acompañan a estas enfermedades. Además, tampoco se puede olvidar que en buena medida la democracia en la vida de los partidos se ha sustituido por una calculada y hábil dominación por parte de determinadas minorías que en muchos casos poco o nada tiene que ver con las ideas que jalonan la forma y el modo de entender e interpretar asuntos de gran relevancia política y social. Es decir, en las formaciones tradicionales comprobamos las letales consecuencias del secuestro de estas organizaciones por parte de dirigentes que, en no pocos casos, poco o nada tienen que ver con el ideario que debieran representar.
En efecto, a día de hoy, esperemos que por poco tiempo ya,  las direcciones de los partidos tradicionales tienen el poder absoluto. Designan los candidatos al poder legislativo, si es el caso al  presidente del Gobierno, y tienen una influencia decisiva en la selección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial y, por ello, a los magistrados del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. El poder que tienen es de tal calibre, cuantitativa y cualitativamente considerado,  que se comprende, sin que exista justificación alguna, que un sistema político que tiene en su base la idea de la limitación, de la racionalidad y de la centralidad del ser humano,  termina por convertirse en un espacio de dominación general. Un mundo en el que los dirigentes se reparten, con arreglo tantas veces  a criterios subjetivos, los principales cargos en los tres poderes del Estado. 
Desgraciadamente, el sistema propicia estos comportamientos, en los que se mascan no pocos escenarios de corrupción como los que tenemos que sufrir en este tiempo. Si los dirigentes, en lugar de dedicar tanto tiempo a flotar en el proceloso mundo de la técnica de la dominación  se dedicarán a conocer y resolver, en la medida de sus posibilidades, las preocupaciones reales del pueblo, otro gallo cantaría.
El 20-D ha sido el primer aviso del pueblo. Esperemos que quienes tengan que tomar nota sean capaces de hacerlo. No para proponer o propiciar más reformas nominales y formales. Ahora se precisa de verdad un ambiente que facilite democratizar nuestra democracia, que desmercantilice el mercado y, sobre todo,  que el centro de la acción política sea ocupado por la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de las personas .¿No le parece?

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