Opinión

El remedo no tiene remedio, salvo el chócala

Lo he visto infinidad de veces, desde mis tiempos mozos y luego en los sesenta, mas o menos. Dos personas remataban un negocio o dos críos intercambiaban chapas de mi época, es decir, de Gento, de Di Stéfano, nombres del Madrid imbatible decían unos, franquista otros. Como si el General hubiera tocado pelota alguna vez, lo suyo era tocar diana cuando quería que medio país le saludara brazo en alto. La gente seria, la relación que tuviere se cerraba con “Te doy mi palabra de honor”, que yo de honras mancilladas no me ocupo, pero si constato que dar la palabra no te la van a dar. A lo peor hasta quieren cobrartela.
Hacerle un cariño a la palabra, al despertar y dos minutos antes de soñar, que gusto, que satisfacción; espiritual, por supuesto. A mi me sale espontáneo un vocablo como el de Mocedades –ya se que hoy se llaman Consorcio-, aquello de “Como una promesa eres tú, eres tú”,o lo otro, dos versos mas abajo: “Eres tú como el agua de mi fuente(algo así eres tú) / Eres tú el fuego de mi hogar”. Unir la palabra dada con la promesa hecha carne, a mi, la verdad que me irrita la piel. Pienso en remedo, que ya solo es una imitación, o en aurorretrato, por ejemplo de Rembrandt, y ahora es selfie, que servidor lo sustituiría incluso por autofoto, que me gusta menos que el retrato hecho a uno mismo; o sea, el autorretrato.  El día que nuestros muchachos digan amor en inglés en una declaración, ojo con ojo, labio con labio, me acercaré a las puertas de Gibraltar, el Peñón que los de Franco decían que era una fruta que caería de madura, para  decirle a los llanitos: “Me entrego”, manos en alto.
Hablar de palabras olvidadas pero vigentes en los diccionarios bien hechos, exige nombrar a Miguel Delibes. Tengo para mí que hay alguna gente, no poquita, que le conoce por las películas en las que se han vertido sus novelas, y no sabe quien es ese que firma tantos libros de rústica o de los otros, los caros. Y que han aplaudido “Los santos inocentes” más en el cine o la televisión, sobre todo la tele, que  en las novelas originales. Algún mérito tendrían Rabal, Landa y el milano volátil, para que se valorara alto el cine de Delibes y no la creación literaria y previa de la misma marca. A pesar del protagonismo del milano de Paco Rabal, lectores aparte, televidentes paso al frente, aun no saben que ave es esa que se posa en un hombro de Rabal. Si le decimos que es un ave rapaz, capaz  es nuestro interlocutor gallego, de  pregonar que hablamos de un mozo, de un hombre joven.
No vamos con el léxico de Delibes sino con el de otro novelista que solo tiene un par de obras.  “La gaznápira” es una de ellas, doce ediciones vendidas cuando publicaba en Editorial Noguer, y sigue vendiendo con el cambio de 1994 a los clásicos Austral de Espasa Calpe. Se llama Andrés Berlanga, excelente periodista, ya jubilado. Toda la vida vecino de Madrid. La obra que nos interesa, “Sucesos”,  hechos comentados con un exquisito humor.
Vamos a recoger  palabra a palabra de ese libro, que estando vivas en algunas zonas de España, sonarán a raro al hombre urbano.  Antes diremos: “Que pase el fámulo con un café”. Se deduce de la frase, que si digo el vocablo en solitario, lo conocerían muy pocos. Fámulo es el servidor, el mayordomo…
Vamos con “Sucesos”. “Miss…Miss...Miss” es el título, y dice:”fue elegida Miss de Honor en el Carnaval de Porriño”. “El pan les ha salido redondo…enriquecido, pan de oro”. “Marisol crecida asombrosamente hasta medir un metro sesenta centímetros”. Al final del capítulo… la miss es una vaca. Mezclaremos, pues, humor y palabras abandonas a un lado del camino.
En “Llorar a solas” , esto no tiene desperdicio: “Justo en ese momento de la deposición –según expresión literal- que dice recogió el secretario del juzgado. Deponer es cesar o abandonar en algo emprendido, una conquista amorosa, por ejemplo. Deposición, así de rotundo. María Moliner dice que es retirar una cosa de su sitio y en una acepción hispanoamericana “hacer de vientre”.  En uno de esos diccionarios de Internet, “acción de deponer  los excrementos”. Esto último, mezclado con lo de retirar una cosa de sitio de la Moliner, provocarían  un sarao del que, por buen gusto, me abstengo  de participar. Sarao, dice Casares, en una edición antiquísima, “reunión nocturna de personas de distinción para divertirse con baile o música”. Una persona de la calle, normal, después de preguntar qué significa sarao, sigue en sus  trece: su gente, y también la mía, entienden que es una fiesta con mucho jaleo y con gente de toda condición.
Se trata en la página 45 del libro que nos ocupa, Berlanga dice que “como buen otorrino aficionado al buen canto, a pesar de su oído de corcho”. En los diccionarios convencionales no encuentro nada, pero el sentido me dice que el oído de corcho es el que te aisla y no llegas a comunicarte o que es un oído que flota, pero voy a mi terreno. Va a decirle uno lo de aguzar el oído, que parece mentira pero hay no pocos que no saben lo que es. Es lo que aparenta: aplicar un sentido con intensidad para percibir con ellos lo mas posible.
 

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