Opinión

“Algo non vai ben”… ni aquí ni en Dinamarca

Algo non vai ben”, le escuché a un periodista jubilado después de un largo recorrido. Era la voz de Xosé María G. Palmeiro, en ese gallego suave en una voz grave, que se trajo del Lugo natal.  Escenario, el salón de actos de Illas Atlánticas, patronato meritorio cuya labor no se conoce lo bastante. El tema, la cultura gallega de los Premios da Crítica. Actuó de maestro de ceremonias Bieito Ledo, que en 1978 ya había progresado mucho en hacer del Círculo Ourensán Vigués, un bastión de la cultura autóctona, con la ayuda de muchos: el pintor Mantecón, fallecido, y siguen entre nosotros el biólogo Uxío Labarta, el  escritor y docente Víctor Freixanes, la periodista y funcionaria María Xosé Porteiro, que estaba en la mesa, y con ella también Manuel Bragado, prestigio de editor, e Inmaculada López Silva, escritora a la que se puede preguntar  todo cuanto uno quiera saber del teatro de nuestra tierra. 
El sabrá. Palmeiro debió querer decir “Aquí no va bien…”, para que cada cual colgase de la frase, “en mi familia”, “en mi  trabajo”, “en la política”, “en las cárceles para corruptos”, que ya se adivina como una propuesta para el junio electoral. Pensaba yo en un refrán aprendido en alguna estancia en pueblos de Ávila, mi matria desdeñada, a favor de Galicia. El dicho: “Junio es todo día, niños, jóvenes y viejos tienen mas energía”. Los tres segmentos que la sociedad civil trata entre el mimo y la minusvaloración, que no votan porque no tienen edad, en dos casos,  y en el tercero porque el anciano cuenta por papeletas cada decepción, en la  política,  también en ciertas empresas, hasta en algún  centro para mayores, que les ponen a jugar al dominó y no a desentrañar el  misterio hamletiano de “Algo huele a podrido en Dinamarca”.  Que al menos cada vez que se represente por estos pagos a Hamlet, que la podredumbre se localice en los puntos del mapa ibérico en que se encuentra. Que con la inmensa fuerza de la palabra nos llegue un aire limpio y respirable, mas allá de la asfixiante situación de nuestro país, donde hace poco se implantó aquello de “no hay familia que no tenga un parado entre los suyos”. Que deje de ser cierto y pase a “apenas hay entormos limpios del todo”. Que el dicente lo diga sin quitarse la mascarilla, que hombre (entiéndase hombre o mujer, como en castellano ya antiguo), que hombre precavido vale por dos. Solo en algunos refranes encontramos que nos valoran suficientemente. Muy nuestro, de dos en dos: Quijote y Sancho; la pareja de civiles que cada vez se ve menos por los pueblos; el duo Ortega y Gasset, que decía el otro; Luis Roldán, el director de largo mano de la Benemérita, y El Dioni, el virollo al que convirtieron en raposo en corral de gallinas y escapó con 300 millones de pesetas, de los que se gastó una parte con garotas brasileiras, o sea muchachas de aquel país absolutamente caliente.
Hemos dejado colgado el “Non vai ben” de Palmeiro. Abandoné  el acto poco antes de concluir, con Bieito en su tarea de años de revolución tranquila para ampliar horizontes a la lengua gallega. Ahora con la compañía del pintor Antón Pulido, esta vez entre el público. Aunque yo no tuviera obligaciones, habría escapado de la explicación que podía darme el periodista lucense-vigués sobre su frase, dicha en sábado y para la inmensa mayoría a la hora del vermú con aceitunas sin hueso. Libertad de pensamiento y de expresión, cada uno que ponga la frase que cree corresponda a la gente con que convive, con la que estudia, de la que depende porque no ha llegado el abandono del hogar.
Soy un privilegiado porque ni siquiera me hace falta escribir una carta al director para exponer en Atlántico lo que me altera el sueño o me adormece de aburrimiento y reiteración. Ya está bien de echarle la culpa a algunos políticos, que la tienen, y miremos esos ambientes u otros y juzguemos, pero no nos quedemos libres de culpa. Les propongo poner en juego, uno facilito como el parchis, o la oca de las reuniones o entretenimiento semejante, a la vez que discernimos qué nos toca de esta frase:  Venimos de una conciencia abotargada, triste y sin horizontes, con S.E. el de Ferrol como buda de esa moral mal desarrollada, para saltar a una ética, la de hoy, en la que para legiones de españoles solo los otros son los malos, felices nosotros como San Isidro, su día el 15, al que un ángel movía el arado, como si lo hiciera el mismo, cuando el santo de las chulapas y manolos había abandonado el puesto de trabajo. Que me perdone todo el santoral,  se fue sin siquiera santiguarse.
El mejor mentís para el “Que inventen ellos”, de Unamuno es que inventemos  al hombre español medio, para que ponga por encima de todo mas esfuerzo que juegos de azar –no hay que dejarlo del todo, caramba-; mas respeto a lo público, que no es que no sea de nadie, sino de todos; enseñar a los niños, envuelto en  el papel de caramelo sin azúcar, tropiezos que hay en una vida en la que no todo es éxito, sino también fracaso. Y los viejos que no quieren morirse, que procuren explicar sus experiencias a los jóvenes, si estos se dejan.
 

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