Opinión

¿Se puede reinventar la política?

Ramón Casilda, un brillante economista, acaba de publicar un libro, "Crisis y reinvención del capitalismo", en el que plantea las coordenadas sobre las que reinventar el capitalismo: la globalización, las multinacionales, la tecnología y el conocimiento. Casilda sostiene que no se entiende el capitalismo sin las crisis -quince en el siglo XX y dos en lo que llevamos del XXI- y que la última no la hemos superado todavía y sugiere que el futuro está en un "capitalismo global interactivo". Aunque los economistas son expertos en explicar lo que ha pasado, porque casi siempre se equivocan cuando avanzan el futuro, la reflexión de Casilda es interesante: "no hay peor momento para la imagen y receptividad del capitalismo que el que sigue a una crisis económica y tampoco lo hay mejor para plantearse cuáles son los cambios necesarios para su completa regeneración". Aunque algunos hablen sin parar de los costes del capitalismo, creo, como Casilda, que no hay mejores mundos posibles, porque las alternativas casi siempre acaban quitando a los ciudadanos lo más valioso: la libertad.
La crisis del capitalismo tiene mucho de común con la de la política. Y la necesidad de reinventarse o de regenerarse, también. La política siempre está en crisis y los valores de la democracia -el menos malo de los sistemas conocidos- siempre están amenazados ¿Es posible reinventar la política? ¿Y sobre qué bases? Tras una época de guerras que asolaron Europa, con el reverdecer destructor del fascismo y del nazismo, Europa creó un proyecto que ha dado paz y progreso durante más de setenta del Muro -que dejó al sistema capitalista sin un oponente económico y político de referencia, sin un contrapeso o un contrapoder-, marcaron el comienzo de una nueva época. Apuntaron un cambio profundo, que sólo ha empezado a producirse de verdad tras la crisis económica iniciada al final de década pasada y que generará, sí o sí, otra forma de hacer política. A eso hay que sumarle la revolución tecnológica como riesgo y como oportunidad y como vertebración de todos los avances, la globalización que extiende a todos la percepción y la necesidad de los cambios, el crecimiento de la desigualdad, el fenómeno migratorio y la epidemia de la corrupción.
La crisis de la política o de la democracia, como la del capitalismo, es profunda, intensa y con riesgos, pero no conocemos ningún sistema mejor, así que o nos empeñamos en reinventarla o nos quedaremos al albur de los populismos. La nueva política se tiene que montar sobre bases participativas interactivas, pero en serio, no como esos referendos de la señorita Pepis que pretende la secesión en Cataluña o que hace el ayuntamiento de Madrid. Debe ser incluyente y no excluyente, como hasta ahora. Tiene que ser atractiva y dinámica, innovadora, pero, sobre todo, ética, limpia. Hay que echar de la política a aquellos sobre los que se proyectan sombras de corrupción. Y hay que elevar la calidad de los agentes políticos. Si la nueva sociedad tiene que construirse sobre el conocimiento, no puede ser que a la política vayan sólo los que quieren medrar, los que no han trabajado nunca fuera de ella, los que sólo tienen un currículo de servicios al partido, sea el que sea, o los golfos "apandadores".

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