Opinión

Jugar con fuego

Los casos recientes de Ceuta, con la ineficiente actuación del Ministerio del Interior y el desprecio de los derechos humanos; o de Suiza, poniendo barreras a la libre circulación en Europa; de Francia y otros países de Europa, donde crece la extrema derecha; o de Italia donde un político derriba al líder de su partido con el único objetivo de ocupar su lugar son síntomas preocupantes de que estamos entrando en un mundo que va a olvidar la sustancia de la Europa social y democrática para tratar de defender privilegios injustos. Olvidan que cuando se hayan sobrepasado esas fronteras, quienes defienden estas actuaciones contra otros seres humanos, empezarán a buscar al enemigo en casa y también irán contra él. Cuando se juega con el fuego de los derechos humanos, una de las grandes conquistas de la democracia en el siglo XX, justo después de la segunda y última guerra mundial, todos acabamos quemándonos. Cuando la política sólo responde a los intereses de una casta, acaba con la democracia. 
En España, los políticos también están jugando con fuego. En Cataluña, donde algunos han iniciado, conscientemente, un camino sin salida. En el País Vasco, donde otros sólo esperan que Cataluña les abra las puertas del mismo sendero y donde los asesinos pueden acceder al lugar que no lograron con las armas. En Navarra donde el juego de las ambiciones cortoplacistas puede desembocar en otro territorio ingobernable o dirigido por los socios de ETA. En tiempos de crisis hacen falta hombres de Estado, pero tenemos políticos de pueblo. 
Lo mismo sucede a nivel nacional. Había pensado escribir sobre por qué no votar a los grandes partidos, pero se necesitaría un libro para exponer todas las razones. Los partidos están dando un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas, de distanciamientos de los problemas reales de los ciudadanos, de poner a éstos en el último lugar de sus preocupaciones en lugar de convertirlos en objetivo único de sus políticas, de no querer acabar de una vez por todas con la corrupción y de ser incapaces de pactar para solucionar los graves problemas de gobernabilidad que están lastrando la salida de la crisis. La soberbia en el Gobierno y la incapacidad en la oposición sólo pueden superarse por la generosidad en los acuerdos. 
El clientelismo y la mediocridad de la clase política -y lo que las cúpulas de los partidos han hecho, y siguen haciendo, durante décadas para acabar con la sociedad civil en lugar de impulsarla como una voz libre- hace casi imposible que surjan iniciativas desde abajo. Pero la indignación social puede estallar en cualquier momento, fragmentar el voto y hacer un país ingobernable y convertir en líder al partido de la abstención. Si los grandes partidos siguen jugando con fuego en lugar de ofrecer soluciones pactadas en los grandes asuntos, ir a votar a cualquiera de ellos va a ser un objetivo imposible. O cambian o les tendremos que hacer cambiar. Aunque paguemos un precio muy alto por eso.

Te puede interesar