Opinión

Descerebrados

Las redes sociales, lo decía Iñigo Errejón, albergan o pueden albergar lo mejor y lo peor y no hay que considerarlas ni objeto de culto ni basurero, pero representan una parte de la cultura actual, la que mueve a millones de jóvenes, y no tan jóvenes, en sólo 140 caracteres, es decir con poco espacio para la reflexión y muchas oportunidades para revelar la falta de cultura o, lo que es peor, a veces la falta de principios, de ética y de dignidad. Lo que hacen las redes es multiplicar la publicidad de cualquier cosa, igualar la verdad y la mentira, lo riguroso y lo malintencionado, proteger el anonimato y animar a algunos descerebrados a dejar constancia expresa de que lo son. Lo mismo sucede con el problema de la violencia sobre la mujer. Se banalizan tanto algunas actitudes machistas que algunos no sólo cometen delitos sino que los graban y lo exhiben sin pudor.
Está pasando estos días con la terrible muerte del torero Víctor Barrio y con otros asuntos como las violaciones de varias mujeres en los Sanfermines. En Pamplona ha habido una respuesta firme de las autoridades, una protesta social casi unánime y una valentía por parte de las mujeres agredidas al denunciar a sus agresores. Hay que esperar que esa misma conciencia social acabe con el problema. Algo que no ha conseguido la educación en estas últimas décadas. Los agresores han convivido en igualdad en la escuela con compañeras, han mamado las campañas contra esa violencia sexual, viven, o pueden vivir, una sexualidad libre y no tienen ninguna justificación no sólo para hacer lo que han hecho sino para sentirse tan satisfechos con ello que lo graban. La sanción penal y social debe ser ejemplar.
En el caso de las redes sociales, los tuits de algunos no sólo descalifican a quienes insultan, en ocasiones de la manera más terrible, inhumana y mísera, sino que nos da una señal de lo que esos seres -me cuesta decir personas- pueden ser capaces de hacer. El caso del presunto "maestro" al comentar la muerte del torero no sólo debería servir para abochornarle públicamente y exigirle que pida perdón a todos los que ha ofendido, sino que debería ser suficiente para que perdiera su empleo y dejara de "enseñar" nada a nadie. Si mis hijos fueran a su colegio no dudaría ni un minuto de sacarles de allí si antes el colegio no le despedía a él. Lo mismo se puede decir de quien insulta a víctimas del terrorismo o a cualquier persona y se escuda en la libertad de información y en el papel superficial de las redes. La Sala de lo Penal del Supremo acaba de rebajar de dos años a sólo uno la condena que impuso la Audiencia Nacional a alguien que insultó a Irene Villa y Miguel Ángel Blanco. Sin duda será conforme a Derecho, pero duele en lo más profundo y no ayuda a acabar con estas conductas indignas.
Basta ya de reír gracias a los descerebrados. No merece respeto quien no es capaz de respetar a los demás, piense lo que piense. Las ideas, todas, se pueden criticar. Las personas, todas, exigen el máximo respeto. No hay que pasarles ni una.

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